domingo, 13 de enero de 2013

Entrega 47




Después de que sació su furia y tras varios intentos de encender el motor, Esperanza fue finalmente capaz de coordinar los movimientos correctos de sus piernas izquierda y derecha sobre el clutch y el acelerador, para lograr así que el Ford se desplazara normalmente y ya no se apagara. Al cabo de un rato y con la mejor suerte del mundo, pues ni chocaron y ninguna patrulla los descubrió, Esperanza y sus hijos arribaron a Cerrada de Hamburgo. La borracha de plano no podía estacionar el auto en el espacio exacto que hasta el fondo de la cerrada, del lado izquierdo, le correspondía, cuando de improviso, ante la estupefacción de ella y los dos hermanitos, de la oscuridad  surgió la figura de Armando Castañeda, quien seguramente había rondado por allí durante quién sabe cuántas horas. Tal vez andaba corto de dinero y necesitaba rentarse, tal vez estaba tomado y quería beber más….gratuitamente, o tal vez, también gratuitamente, quería tener sexo porque andaba excitado.
-¡Muñeca, muñequita, me muero por ti, llevo horas esperándote! ¡Niñitos, qué gusto verlos!, con la más melosa de las voces Castañeda sacó a todos de su asombro. Esperanza como que recobró la sobriedad sin haber pasado por la cruda y sin contestarle nada, nada en lo absoluto, sólo atinó a recorrerse hacia su derecha, abrirle la puerta para que subiera al carro y abrazarlo y besarlo con toda pasión, relamiendo sus bigotes y chupándole la nariz, una y otra y otra y otra y otra veces.
Los minutos transcurridos entre la última vomitada y ese instante han de haber resultado eternos y por lo tanto han de haber convertido en perfume de rosas el aliento de Esperanza, pues Castañeda también la besó una y otra vez con fruición. Los niños, pasmados, se miraban entre sí y sentían que sus plegarias interiores habían dado resultado, pues el humor de su madre cambió, la violencia desapareció y podrían dormir en paz esa noche.
Una vez que Castañeda estacionó correctamente el coche en el lugar correspondiente, los cuatro lo abandonaron. Esperanza sacó de su bolsa el manojo de llaves y no tardó en encontrar la de la entrada de la casa. Andaba ya con ansia. Sin decir nada, los niños subieron la empinada escalera y rápido se metieron al baño. Luego de algunos minutos se dirigieron hacia su cuarto, percatándose que su madre y su amasio acababan de ingresar a la alcoba de ella. Pera y Toñito se pusieron rápidamente sus piyamas, pues de lo que menos tenían ganas era de entablar cualquier conversación. Estaban agotados y la tensión nerviosa que ese larguísimo día padecieron resultó, contra cualquier pronóstico o antecedente, un eficaz somnífero para ambos. En cuestión de segundos las dos criaturas entraron en un profundo sueño.
Llevarían unas dos horas bien dormidos, cuando de pronto un estruendo proveniente de la recámara de su madre los despertó. En fracción de segundos se asomaron a la puerta, que estaba abierta, y vieron cómo aún se desprendían de la luna del ropero pedazos de vidrio, mientras que el pesado mueble aparecía tirado sobre la cama y a un lado de ella Armando bien peinado y bien arreglado con su traje azul marino de rayas blancas, su camisa blanca de vestir y la corbata marrón perfectamente anudada, golpeando inmisericordemente con ambos puños a su madre en la cara que ya se veía tumefacta y sangrante por nariz y boca, en medio de los gritos de auxilio y de piedad de la mujer que estaba encuerada y con el pelo  revuelto.

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