miércoles, 6 de febrero de 2013

Entrega 71



Terminada la cena, Ruiloba y los niños subieron a las habitaciones. Esperanza roncaba a pierna suelta, por lo que no escuchó todo el ruido que su hija hizo cuando entró y salió del baño, buscó en qué cajón del rústico armario había guardado su camisón y finalmente se metió a la cama. Toñito, a su vez, sentía pena en el otro cuarto, de desnudarse ante su papá. De plano el niño seguía sin hablarle directamente a Ruiloba y sólo se limitaba a contestarle de manera impersonal. Ni por equivocación le decía papá ni iniciaba conversación alguna, aunque ya sentía que le caía muy bien.
Para su fortuna, las dos habitaciones tenían camas dobles. Toñito se quitó rápidamente el traje de baño y se puso sus calzoncillos dentro de su cama, mientras su papá se fumaba un cigarrillo afuera, sentado en uno de los dos equipales que había en el balcón con que contaban y que daba a uno de los jardines del inmenso hotel de estilo californiano. Cuando entró nuevamente, su hijo se hizo el dormido, observándolo con el ojo izquierdo poquito entreabierto. Ruiloba apagó la luz y también sólo con calzoncillos se metió en su cama.
Parecía que todo iba a transcurrir en santa paz, pero como a la hora de que los ronquidos de Ruiloba afortunadamente alcanzaban los decibeles más bajos y Toñito avanzaba en su esfuerzo por tratar de conciliar el sueño, la habitación se iluminó totalmente y el fortísimo estruendo que siguió al relámpago disparó al niño instantáneamente hacia la cama de su progenitor, quien en una fracción de segundo despertó, se sorprendió y se las ingenió quién sabe cómo para contener un ataque de risa.
Una inusual tormenta en plena primavera cayó esa noche sobre Cuernavaca y operó el milagro de que el hijo buscara la protección del padre, se refugiara en su seno y rompiera de una vez por todas la barrera que de manera antinatural pretendía obstaculizar el fuerte llamado de la sangre. Acurrucados los dos cuerpos, sin palabras de por medio, sincronizaban sin embargo a un mismo ritmo, acelerado, sus respectivos corazones.
Una mañana fresca y hermosa sorprendió a trabajadores y huéspedes del Hotel Chula Vista, presagio de buenos momentos de vida para quienes el zumo de la naturaleza lo sabían descubrir y aprovechar. Domingo, lunes y martes también la familia Ruiloba Videgaray se quedó en ese paraíso terrenal, emprendiendo el regreso a la Ciudad de México hasta las cinco de la mañana del miércoles. La suerte ya no les alcanzó para tanto a Pera y a Toñito: hacia las 6:15 ya estaban en Cerrada de Hamburgo y a tiempo para abordar sus respectivos camiones escolares. Conquistado su hijo, Ruiloba jamás volvió a hacer el intento por llevarlo en el Fotingo al Tepeyac, como tampoco semanas después en su Mercury rojo.

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