jueves, 14 de marzo de 2013

Entrega 107



Las apreciaciones de Juan Ruiloba sobre Esperanza y sus relaciones o incomunicación con los Videgaray Salas no eran del todo correctas. En lo que respecta a Arnulfo, el mentado “Clavo”, estaban totalmente equivocadas. Durante la época inmediatamente posterior al asesinato de su ex marido, Esperanza y el más agresivo de sus hermanos se veían al menos dos veces por semana, siempre en la modesta casa de él, ubicada en la esquina formada por la Avenida Melchor Ocampo y la Calle de Copérnico, en la Colonia Anzures, exactamente en diagonal al edificio de Marge Dunkley, sólo que en el sentido opuesto, por lo tanto perteneciente a una colonia distinta. De hecho, Melchor Ocampo era la frontera entre las colonias Cuauhtémoc y Anzures, tal como Paseo de la Reforma separaba a la propia Cuauhtémoc de la Juárez.
  Lo que hablaban entre sí ambos hermanos era un secreto, asunto vedado para todos, pues siempre lo hacían en voz muy baja y en inglés, lengua que por igual no entendían los alemanes Ignatz Krogman e Irmgard Munch, la esmirriada y sucia esposa de Arnulfo y madre de sus hijos Hans, Kurt, Ana, Arnulfo, Beatriz e Irmgard. Hijos de alemana de origen, tres de los cuatro hermanos Videgaray tenían parejas teutonas. Y dado que su infancia y primera juventud transcurrió en San Antonio, Texas, los cuatro siempre lamentaban que su padre los hubiera traído a México, pues en su corazón anidaban las barras y las estrellas.
Sólo en una ocasión Esperanza y Arnulfo se vieron por ese tiempo en lugar distinto a la casa de él. Fue un domingo hacia las dos de la tarde en el restaurante Florencia, donde comieron.  Para Esperanza, Krogman, Pera y Toñito, la experiencia fue sorprendente y vergonzosa, no porque la mujer haya sido la que pidió y pagó (como siempre) las respectivas cuatro comidas, sino porque su hermano sólo pidió y pagó dos: una para él, y la otra para ser compartida, pasándose la misma cuchara para la sopa y el mismo tenedor para la carne, de boca en boca, siete personas distintas (su esposa y sus seis hijos). Los meseros estaban atónitos y el resto de comensales sólo tenía ojos para la mesa de tan rara gente.
Pese a todos los encuentros de los dos hermanos, según el comandante Raúl Esqueda nunca la Procuraduría encontró elementos que involucraran a Esperanza Videgaray en el asesinato de Antonio Ruiloba, pero sobornando con dinero en abundancia Alfredo hizo que se “perdiera” el expediente y que Arnulfo se salvara de ir a la cárcel por un homicidio que quedó así en la impunidad, como tantos otros en el país.
A Esperanza muy pronto le pasó la consternación. Tan pronto, que por la iglesia y por lo civil se casó con Ignatz a los sesenta días exactos de la muerte de Ruiloba, el martes 17 de agosto de 1954, en la capilla de la casona de su madre Esperanza Salas, en Hamburgo 126. En noviembre, terminado el ciclo escolar, con Pera y Toñito viajaron primero por tren a Nueva York y ahí se embarcaron rumbo al puerto de Bremerhaven, en el norte de Alemania Federal.
Krogman, que provenía de una familia de humildes campesinos, emocionado al máximo levantaba sin cesar primero a Toñito y luego a Pera, desde el barandal de estribor de la cubierta principal del trasatlántico United States, el más rápido, grande y moderno del mundo, cuando éste finalmente atracó en un muelle atestado de alemanes pobres que se apiñaban para saludar y esperar que desembarcaran sus familiares, más afortunados, que provenían mayoritariamente de suelo estadounidense. Como los otros cientos de viajeros que desde los barandales del barco igualmente escudriñaban entre la multitud para descubrir a los suyos, Ignatz finalmente focalizó a sus dos hermanas solteronas, Agneta y Edwina, así como al gentil Otto Clemens, segundo marido de su ex cuñada Ula, viuda (probablemente) de su hermano mayor Joseph.

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