Las
apreciaciones de Juan Ruiloba sobre Esperanza y sus relaciones o incomunicación
con los Videgaray Salas no eran del todo correctas. En lo que respecta a
Arnulfo, el mentado “Clavo”, estaban totalmente equivocadas. Durante la época
inmediatamente posterior al asesinato de su ex marido, Esperanza y el más
agresivo de sus hermanos se veían al menos dos veces por semana, siempre en la
modesta casa de él, ubicada en la esquina formada por la Avenida Melchor Ocampo
y la Calle de Copérnico, en la Colonia Anzures, exactamente en diagonal al
edificio de Marge Dunkley, sólo que en el sentido opuesto, por lo tanto
perteneciente a una colonia distinta. De hecho, Melchor Ocampo era la frontera
entre las colonias Cuauhtémoc y Anzures, tal como Paseo de la Reforma separaba
a la propia Cuauhtémoc de la Juárez.
Lo que hablaban entre sí ambos hermanos era
un secreto, asunto vedado para todos, pues siempre lo hacían en voz muy baja y
en inglés, lengua que por igual no entendían los alemanes Ignatz Krogman e
Irmgard Munch, la esmirriada y sucia esposa de Arnulfo y madre de sus hijos
Hans, Kurt, Ana, Arnulfo, Beatriz e Irmgard. Hijos de alemana de origen, tres
de los cuatro hermanos Videgaray tenían parejas teutonas. Y dado que su
infancia y primera juventud transcurrió en San Antonio, Texas, los cuatro
siempre lamentaban que su padre los hubiera traído a México, pues en su corazón
anidaban las barras y las estrellas.
Sólo en una
ocasión Esperanza y Arnulfo se vieron por ese tiempo en lugar distinto a la
casa de él. Fue un domingo hacia las dos de la tarde en el restaurante
Florencia, donde comieron. Para
Esperanza, Krogman, Pera y Toñito, la experiencia fue sorprendente y
vergonzosa, no porque la mujer haya sido la que pidió y pagó (como siempre) las
respectivas cuatro comidas, sino porque su hermano sólo pidió y pagó dos: una
para él, y la otra para ser compartida, pasándose la misma cuchara para la sopa
y el mismo tenedor para la carne, de boca en boca, siete personas distintas (su
esposa y sus seis hijos). Los meseros estaban atónitos y el resto de comensales
sólo tenía ojos para la mesa de tan rara gente.
Pese a todos
los encuentros de los dos hermanos, según el comandante Raúl Esqueda nunca la
Procuraduría encontró elementos que involucraran a Esperanza Videgaray en el
asesinato de Antonio Ruiloba, pero sobornando con dinero en abundancia Alfredo
hizo que se “perdiera” el expediente y que Arnulfo se salvara de ir a la cárcel
por un homicidio que quedó así en la impunidad, como tantos otros en el país.
A Esperanza
muy pronto le pasó la consternación. Tan pronto, que por la iglesia y por lo
civil se casó con Ignatz a los sesenta días exactos de la muerte de Ruiloba, el
martes 17 de agosto de 1954, en la capilla de la casona de su madre Esperanza
Salas, en Hamburgo 126. En noviembre, terminado el ciclo escolar, con Pera y
Toñito viajaron primero por tren a Nueva York y ahí se embarcaron rumbo al
puerto de Bremerhaven, en el norte de Alemania Federal.
Krogman, que
provenía de una familia de humildes campesinos, emocionado al máximo levantaba
sin cesar primero a Toñito y luego a Pera, desde el barandal de estribor de la
cubierta principal del trasatlántico United States, el más rápido, grande y
moderno del mundo, cuando éste finalmente atracó en un muelle atestado de
alemanes pobres que se apiñaban para saludar y esperar que desembarcaran sus
familiares, más afortunados, que provenían mayoritariamente de suelo
estadounidense. Como los otros cientos de viajeros que desde los barandales del
barco igualmente escudriñaban entre la multitud para descubrir a los suyos,
Ignatz finalmente focalizó a sus dos hermanas solteronas, Agneta y Edwina, así
como al gentil Otto Clemens, segundo marido de su ex cuñada Ula, viuda
(probablemente) de su hermano mayor Joseph.
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