El primer
sábado después de que regresó de Los Angeles, Esperanza muy temprano se fue a
ver, acompañada de Pera y Toñito, a Gloria Cuevas, la que habitaba una pequeña
y agradable casita, junto con sus hijos
Gloria, Cecilia y Antonio Bernal Cuevas,
en la Colonia Cuauhtémoc, en la esquina de Río Pánuco y Río Danubio. Allí
también había quedado muy formalmente de ir
Blanca García Travesí, ya que resultaba imperativo que sus dos mejores
amigas supieran en qué había acabado finalmente su reencuentro con Toño.
Las dos lo
conocían desde algunos años atrás, pues ambas fueron damas de honor en el
casamiento de Esperanza Videgaray y Antonio Ruiloba en 1940, e inclusive
aparecían en una enorme pintura al óleo, que tenía como escenario los jardines
del exclusivo Country Club de Tlalpan, donde Esperanza Salas ofreció el
banquete de bodas para su hija y su yerno, en el que echó la casa por la
ventana. Le encantaba la simulación y presumir su riqueza en los grandes
eventos sociales. Los Videgaray Salas gozaban con mostrar a diestra y siniestra
el poder del dinero.
En esa
pintura al óleo, que colgaba en la sala de Cerrada de Hamburgo, se veía la
novia pegada a un árbol y ambos (el árbol y Esperanza Videgaray) en medio de
cinco damas del lado derecho y otras cinco del lado izquierdo. El árbol, que
según los derroteros etílicos de Esperanza aparecía o desaparecía desde una
semana hasta seis meses, no era otro que Antonio Ruiloba. La borracha era muy
buena pintora, y según su humor quitaba o ponía a Ruiloba en ese cuadro que les
había regalado, tras su boda, quien sabe quién. No sólo el lienzo, sino la sala
igualmente, apestaban a distancia a aguarrás, pues un día sí y otro también el
árbol o Toño Ruiloba eran borrados con ese aceite de penetrante olor.
-¡Pásale
manita, métanse ya, pero píquenle, está a punto de llegar Jorge Negrete!, les
dijo Gloria, muy nerviosa, a su amiga y los dos niños.
-¡¿Jorge
Negrete?!, estupefacta le preguntó Esperanza.
-¡Sí,
carajo, Jorge Negrete!, pero ya quita esa cara de pendeja, le gritó otra vez
Gloria.
Pera y
Toñito no aguantaban la emoción y mutuamente se agarraban las manos, ¡no lo
podían creer!, en tanto su madre, sin poder aplacar su ansiedad se sentó en el
primer sillón que encontró en la sala y a toda velocidad abrió su bolsa, sacó
su polvera y se espolvoreó el rostro; luego dio un escupitajo en el colorante
rojo que traía, lo talló con un pañuelo desechable y procedió a pintarse ambos
cachetes, hasta que adquirieron el tono rosáceo que deseaba. Tras eso, otro
escupitajo sirvió para que el rímel endurecido en su estuche se ablandara y
pudiera debidamente ennegrecer, alargar y dar firmeza a las pestañas de sus
ojos, que por cierto eran cortas y sin vida. Y ya para finalizar, se pasó una y
otra vez el lápiz labial de un carmín encendido, que luego bajaba de intensidad
por la lengua que humedecía los labios que finalmente frotaba uno contra el
otro. Hasta el cansancio repitió la misma operación. Esperanza remató el veloz
arreglo teniendo en alto con su mano izquierda el espejo de su polvera
corriente, en tanto que con los bien ensalivados dedos índice y cordial de la
derecha fijaba los chinos que a diestra y siniestra de su rostro colgaban
coquetonamente.
Y pensó para
sus adentros: ¿Cómo le hace esta cabrona, un día con uno y otro día con otro?
Gloria
Cuevas era muy guapa de cara y cuerpo. Tras divorciarse del feo de Antonio
Bernal, comenzaron sus amoríos sólo con actores mexicanos e incluso
extranjeros, como el sudamericano Pedro Geraldo, mucho más joven que ella. No
le pedía nada a la actriz más hermosa de Hollywood, pero en ella cuajaba, como
en ninguna otra mujer, el dicho ese de que la suerte de la fea la bonita la
desea. Desde muy chica sufrió mucho. Su padre, un rico ranchero de Chihuahua,
por el juego llevó a la ruina a la familia (esposa y diez hijos), por lo que
Gloria tuvo que casarse a la fuerza con Bernal, quien sólo así accedió a
facilitar el dinero para que la madre, ya viuda por el suicidio del apostador
empedernido, pudiera afrontar las
múltiples deudas “de honor” (o tal vez de muerte) heredadas.
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