Antonio le
produjo tres hijos y mil golpizas por lo que fuera. Para mayor desgracia, su
primogénita, Glorita, que sacó la misma cara de ella (su vivo retrato, decía la
gente), adquirió a los seis años de edad la poliomielitis.
Después de
vencer obstáculos y problemas de toda índole, logró divorciarse de él y se
trajo a sus tres hijos al Distrito Federal. Bernal dio con ella en la capital
de la república e inclusive pagó detectives privados para averiguar nombres y
direcciones de sus amistades. De esta suerte descubrió y contactó a Esperanza
Videgaray, que estaba recién casada con Antonio Ruiloba. Ambos llegaron a
recibirlo en el pequeño departamento que rentaban en la calle de Cadereyta, en
la Colonia Condesa. Bernal sabía ganarse a la gente, pues era muy labioso y
acabó echándose en la bolsa al matrimonio, sólo que por solidaridad con Gloria,
francamente le dijeron que no podían tener amistad con él.
En la Ciudad
de México Gloria obviamente lo mandó al diablo, pese a sus ruegos de perdón y
juramentos de enmendarse. A pesar de que perfectamente sabían cómo golpeaba y
humillaba a Gloria, sus hermanos y su madre nunca le perdonaron su “traición” y
para siempre le cerraron las puertas. Pero su belleza finalmente le valió de
algo y empezó a conseguir cada vez mejores y más redituables contratos como
modelo. Paralelamente, y gracias al medio profesional en el que se desenvolvía,
tuvo decenas de ofertas para ingresar al cine nacional, pero sólo se dedicó,
selectiva y discretamente, a coleccionar galanes cinematográficos. Desde luego
también a lucir las joyas que le regalaban y sabiamente invertir los dineros
provenientes de sus chequeras.
Con la
envidia y el coraje muy bien disimulados, de acuerdo a su carácter irracional y
egoísta, Esperanza continuaba su monólogo secreto: bueno, pinche charrito de
utilería, sólo está acostumbrado a andar con pura puta, jamás se podría fijar
en una mujer decente como yo, es otro pinche macho mexicano que sólo sirve
para…..
-¡Riiiinnngg!,
¡riiiinngg!, ¡riiiinngg! Tres largos timbrazos en la puerta de entrada cortaron
de tajo la elucubración que había atrapado a Esperanza, quien se puso en verdad
mucho muy nerviosa, y sólo atinó a pelar los ojos, cruzar las piernas y ensayar
una sonrisa de oreja a oreja, que se veía cómica por la rigidez de sus músculos
faciales. Pera y Toñito estaban como mensos con la boca abierta. Gloria se
ajustó un pliegue que su entallada falda café tenía, se levantó del sofá con
naturalidad y caminó lentamente hacia la puerta, mientras en sus mejillas
asomaban los graciosos hoyuelos que acompañaban siempre a su sonrisa.
-¡Hola,
guapo! ¡Adelante!, se oyó que la chihuahuense dijo a alguien que estaba casi
bajo el dintel de la puerta de madera,
que se abría hacia adentro, por lo que no podía verse figura alguna desde la
sala, donde aguardaban Esperanza y sus hijos. Un segundo después, adelantándose
al recién llegado y como si fuera guiándolo, Gloria reapareció en la sala y a
todo pulmón anunció a sus expectantes visitas: tengo el honor de presentarles
al charro cantor ¡Jorge Negrete!
Primero las
caras de Esperanza, Pera y Toñito fueron de sorpresa, se tornaron en confusión
y terminaron vueltas hacia abajo y al rojo máximo, mientras los tres se
apretaban sus estómagos por el dolor que ya les producían las carcajadas a más
no poder que el mentado Negrete les causó. Al menos pudieron de esta manera
vaciar toda la tensión, la emoción, que durante los últimos diez minutos habían
acumulado desde que Gloria Cuevas tan en serio los convenció de que iban a
estar cara a cara nada menos que con la máxima estrella del cine mexicano.
-¡Pinche
Gloria!, ¡qué poca madre tienes!, ¡ya me la pagarás!, le dijo Esperanza en el
momento en que pudo controlar su ataque de risa, mientras que la anfitriona,
“Jorge Negrete”, Pera y Toñito se miraban y volvían otra vez a sus carcajadas
incontenibles.
-¡Pos tú,
manita, que eres re pendeja!, ¿a poco te creíste que es muy fácil que de esas
pulgas brinquen en mi petate?, hay niveles mi vida, NI-VE-LES. No se te olvide,
la atajó Gloria.
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