martes, 5 de febrero de 2013

Entrega 70



Cuernavaca los recibió tan sólo noventa o cien  minutos después, pues Ruiloba manejó como loco desde una de las partes más altas de las Lomas de Chapultepec hasta la entrada a la capital del estado de Morelos. O por ebrio, o porque así solía hacerlo, o por ambas cosas. Pera hizo caso omiso al dicho de su hermano y vivió un verdadero martirio. Llegó a pensar que se matarían. Cuando el auto cruzó los puentecillos de las pequeñas barrancas existentes entre la ciudad de la eterna primavera y el Hotel Chula Vista, la niña recuperó finalmente el aliento.
Con evidente dificultad Esperanza lograba sostenerse en pie, pese a que Ruiloba le servía de apoyo, pero ambos así entraron al lobby del hotel y se dirigieron a la administración a registrarse, mientras los niños en el estacionamiento esperaban dentro del auto con las maletas. Unos quince minutos después regresó Antonio con un maletero y le comunicó a sus hijos que ya habían alquilado dos cuartos, que se pusieran rápido sus trajes de baño para que nadaran un rato antes de cenar y acostarse. Con la dicha que no podían ocultar, los niños se cambiaron y bajaron solos rumbo a la alberca infantil.  Pera la conocía de memoria por las veces que en ella se había divertido con Jeanie y Sheila, durante los fines de semana en que su madre y sus amigotes Rosita, Herta, Diana, Marge, Tony, Arni, Rupert, Joe Dunkley, Joseph Mulayo, Nils y el sempiterno gorrón Eduardo del Trigal, habían escogido Cuernavaca para emborracharse. Otros fines de semana la caravana de dipsómanos optaba por Cuautla, y en ocasiones por Palo Bolero, San José Purúa,  Valle de Bravo  o Tequesquitengo.
Acostumbrados a vivir entre sobresaltos, los niños olvidaron pronto lo sufrido en México y en la carretera y la pasaron muy bien esa noche, que además resultó histórica para Toñito. En un momento determinado abandonó la piscina infantil donde Pera seguía buceando, se despojó de su salvavidas y se fue a parar junto al trampolín de la alberca de adultos, en la que no había nadie. Ruiloba, naturalmente, estaba en el bar del hotel.  De buenas a primeras un  horrible zumbido de un todavía más espantoso insecto volador, oyó sobre su cabeza y luego sobre su espalda, su espalda y su cabeza y así sucesivamente en fracción de segundos, mientras el niño corría en círculos sin poderse escapar del monstruo que parecía adivinar sus movimientos. Pero en un instante llegó a tal grado su desesperación que sin medir las consecuencias de plano brincó y se zambulló en la parte honda de la alberca para adultos, justo donde estaba el trampolín.
Mientras descendía hacia el fondo en forma vertical, afortunadamente para él sin tener abierta la boca, por lo que no tragó líquido, su sentido de supervivencia lo hizo instantáneamente patalear y bracear y manotear con toda fuerza, lo que propició su rápido ascenso a la superficie. En ningún momento sintió ahogarse ni cayó en cuenta que no sabía nadar, sólo buscó de inmediato con la vista a su atacante que seguía obsesivamente arriba de él. Toñito dejó de agitar sus cuatro extremidades y se sumergió pocos centímetros dentro del agua, reanudó su movilización y emergió de nuevo. El insecto había desaparecido.
Fue hasta entonces que lo traicionaron  los nervios y estuvo a punto de entrar en pánico. Pero reaccionó mentalmente y de manera mecánica, automática, hasta fácil podría decirse, reinició el pataleo y el braceo, ya horizontalmente sobre la superficie del agua. Sintiéndose dueño del mundo, con una seguridad que nunca antes había experimentado y con ese gusto indescriptible que se siente cuando por primera vez se nada, o se domina una bicicleta, o se maneja un auto, le gritó a su hermana:
-¡Pera, ven!, ¡Ven a verme!, ¡Ya sé nadar!, ¡Córrele Pera!, ¡Mírame, ya sé  nadar!
-¡Salte Toño!, ¡Salte de la alberca!, ¡Salte, que te vas a ahogar!, inmovilizada por el susto le contestó su hermanita al verlo en la parte  más honda de la alberca para los adultos.
-¡No seas taruga!, ¿Qué no ves que ya nado sin la llanta? Ven y verás. Y Toñito finalmente la calmó y convenció.
Ya no se lo tuvo que repetir. Esperancita salió como bólido de la alberca chica a la grande, se lanzó al agua para caer lo más cerca de su hermano y se quedó sorprendida y orgullosa cuando efectivamente vio que nadaba sin salvavidas alguno.
Sin cambiarse los trajes de baño, recogieron a Ruiloba en el bar y se fueron a cenar los tres. La proeza de Toñito fue el tema recurrente de la cena. Cada que Pera repetía hasta en cámara lenta cada pasaje del acto heroico de su hermano, su padre no podía disimular tampoco su orgullo y satisfacción por el hijo apenas conocido. A pesar de toda la carga etílica que desde la mañana traía, no cometió la descortesía de ahí no brindar con su cuba dos o tres veces en honor de su vástago que, a decir verdad, estaba insoportablemente engreído.

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