Este último
carro en realidad no pertenecía a Antonio Ruiloba, pues era propiedad de
Alfredo Videgaray Salas, el hermano mayor de Esperanza. Antonio y Alfredo
trabaron muy buena amistad desde que estudiaron juntos en los años treinta la
carrera de ingeniería civil en el Massachusetts Institute of Technology.
Obviamente por Alfredo fue que Antonio conoció a Esperanza y terminó casándose
con ella. A diferencia de su cuñado, a Alfredo sólo le interesaba una sola cosa
en la vida: hacer mucho dinero, tener cantidades industriales de dinero. Y el
primer requisito para ello era carecer de vicios, al menos ni alcoholismo ni
juegos de azar: sólo mujeres. En cuanto a perseguir faldas, los cuñados eran
idénticos. Así cimentaron su amistad en los Estados Unidos.
Antes de
huir a finales de 1945 a Los Angeles, Ruiloba edificó junto con uno de los más
prominentes ingenieros civiles del país una serie de casitas en las colonias
Del Valle, Juárez, Nápoles y Cuauhtémoc de la Ciudad de México, lo que en apariencia
lo acreditó plenamente ante su ex cuñado para que éste lo incorporara a su
constructora, cuyas oficinas centrales se ubicaban en el número 30 de la Calle
de Humboldt.
Cuando
finalmente Ruiloba regresó a México, sin que lo supiera Esperanza ya había
pactado con Alfredo que se iría a trabajar con él, y es por eso que, entre
otras cosas, tenía a su disposición el Mercury ’51, rojo. Alfredo había
construido y seguía construyendo algunos de los edificios más emblemáticos de
la capital de la república. Como todos los Videgaray, a los cuatro vientos todo
el tiempo y donde fuera manifestaba que era antisemita y germanófilo, por eso
tenía muchos problemas para acceder a líneas de crédito blandas. En
consecuencia, de continuo pedía
prestadas enormes sumas de dinero a su madre y a sus dos hermanas. La
madre no sólo accedía a ello, sino inclusive viajaba a Zurich, Suiza, para
comprar sin intermediación alguna y así ahorrarse muchísimo dinero (bajo las
especificaciones que Alfredo le protocolizaba), los elevadores requeridos para
los grandes edificios que tenía en obra.
Ana le llegó
a prestar sólo una vez y Esperanza ninguna, lo que profundizó la relación
conflictiva que ésta siempre había tenido con su hermano mayor y con su madre.
“El Clavo”, Arnulfo, nunca pasó por tales predicamentos, pues de entrada
siempre vivía quebrado, estaba para sablear a quien se dejase, no para prestar
dinero.
Quienes
conocían el entramado de la inquina que Alfredo y Esperanza mutuamente se
dispensaban, sabían el por qué de la ayuda que aquél prestó a Ruiloba para que
volviera y se sostuviera en México de manera “independiente” o, dicho de otra
forma, con la libertad económica absoluta para poderle poner los cuernos
cuantas veces quisiera a su celosa y posesiva ex esposa. El primogénito y la
hija menor del general Videgaray Pérez desde niños se odiaron por alguna razón
desconocida y cuando el padre murió se encontraron con que había testado el doble de capital a Esperanza, que a
Alfredo, al que realmente poco o nada quiso. Con el tiempo se ahondó más y más
la división entre esos hermanos, a lo que también contribuyó la preferencia de
la matriarca Esperanza Salas por el varón.
Así, Ruiloba
vino a constituirse en la herramienta ideada por Alfredo Videgaray Salas para
vengarse, para romperle el hígado y el corazón a su hermana. Por su parte, a
Antonio Ruiloba González Misa verdaderamente sólo le importaba darle vuelo a la
hilacha, ya que desde jovencito le dio duro por el alcohol, las parrandas, las
mujeres, y hacía mucho tiempo que había dejado de amar a Esperanza. Muchos
jugaron en esa partida sus cartas y sólo Carlos Tello y Lupe Ruiloba apostaron
por Toñito y Pera.
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