jueves, 7 de febrero de 2013

Entrega 72



Este último carro en realidad no pertenecía a Antonio Ruiloba, pues era propiedad de Alfredo Videgaray Salas, el hermano mayor de Esperanza. Antonio y Alfredo trabaron muy buena amistad desde que estudiaron juntos en los años treinta la carrera de ingeniería civil en el Massachusetts Institute of Technology. Obviamente por Alfredo fue que Antonio conoció a Esperanza y terminó casándose con ella. A diferencia de su cuñado, a Alfredo sólo le interesaba una sola cosa en la vida: hacer mucho dinero, tener cantidades industriales de dinero. Y el primer requisito para ello era carecer de vicios, al menos ni alcoholismo ni juegos de azar: sólo mujeres. En cuanto a perseguir faldas, los cuñados eran idénticos. Así cimentaron su amistad en los Estados Unidos.
Antes de huir a finales de 1945 a Los Angeles, Ruiloba edificó junto con uno de los más prominentes ingenieros civiles del país una serie de casitas en las colonias Del Valle, Juárez, Nápoles y Cuauhtémoc de la Ciudad de México, lo que en apariencia lo acreditó plenamente ante su ex cuñado para que éste lo incorporara a su constructora, cuyas oficinas centrales se ubicaban en el número 30 de la Calle de Humboldt.
Cuando finalmente Ruiloba regresó a México, sin que lo supiera Esperanza ya había pactado con Alfredo que se iría a trabajar con él, y es por eso que, entre otras cosas, tenía a su disposición el Mercury ’51, rojo. Alfredo había construido y seguía construyendo algunos de los edificios más emblemáticos de la capital de la república. Como todos los Videgaray, a los cuatro vientos todo el tiempo y donde fuera manifestaba que era antisemita y germanófilo, por eso tenía muchos problemas para acceder a líneas de crédito blandas. En consecuencia, de continuo pedía  prestadas enormes sumas de dinero a su madre y a sus dos hermanas. La madre no sólo accedía a ello, sino inclusive viajaba a Zurich, Suiza, para comprar sin intermediación alguna y así ahorrarse muchísimo dinero (bajo las especificaciones que Alfredo le protocolizaba), los elevadores requeridos para los grandes edificios que tenía en obra.
Ana le llegó a prestar sólo una vez y Esperanza ninguna, lo que profundizó la relación conflictiva que ésta siempre había tenido con su hermano mayor y con su madre. “El Clavo”, Arnulfo, nunca pasó por tales predicamentos, pues de entrada siempre vivía quebrado, estaba para sablear a quien se dejase, no para prestar dinero.
Quienes conocían el entramado de la inquina que Alfredo y Esperanza mutuamente se dispensaban, sabían el por qué de la ayuda que aquél prestó a Ruiloba para que volviera y se sostuviera en México de manera “independiente” o, dicho de otra forma, con la libertad económica absoluta para poderle poner los cuernos cuantas veces quisiera a su celosa y posesiva ex esposa. El primogénito y la hija menor del general Videgaray Pérez desde niños se odiaron por alguna razón desconocida y cuando el padre murió se encontraron con que había testado  el doble de capital a Esperanza, que a Alfredo, al que realmente poco o nada quiso. Con el tiempo se ahondó más y más la división entre esos hermanos, a lo que también contribuyó la preferencia de la matriarca Esperanza Salas por el varón.
Así, Ruiloba vino a constituirse en la herramienta ideada por Alfredo Videgaray Salas para vengarse, para romperle el hígado y el corazón a su hermana. Por su parte, a Antonio Ruiloba González Misa verdaderamente sólo le importaba darle vuelo a la hilacha, ya que desde jovencito le dio duro por el alcohol, las parrandas, las mujeres, y hacía mucho tiempo que había dejado de amar a Esperanza. Muchos jugaron en esa partida sus cartas y sólo Carlos Tello y Lupe Ruiloba apostaron por Toñito y Pera.

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