CAPITULO 7
Nervioso,
bien asidas las manos al barandal y a veces al pasamanos, Toñito trepó uno por
uno los peldaños de la angosta escalera de caracol que conducía a la azotea de
Cerrada de Hamburgo. Se había prometido que le iba a ver los calzones a su
hermana y sobre todo a Jerónima, que subían delante de él, pero estaba tan
oscura la noche, eran tan estrechos los escalones y se veía cada vez más feo el
cubo de la escalera mientras ascendía, que se olvidó por completo de su osada
intención.
-Ssshhhhh……ssshhhhh…….no
hagan ruido…..ya salió, ahí va en su bicicleta, con plena sovoz Jerónima logró
que los niños se volvieran prácticamente fantasmales.
-¡Sí, ya lo
vi!, confirmó Pera la visión fantástica, igualmente en voz casi inaudible.
-No veo
nada, muévanse………¡Ya lo vi!, ¡ya lo vi!, ¡ahí está!, y susurrándoles a su
hermana y a la sirvienta, al fin Toñito pudo dar fe de lo increíble que
aparecía ante sus ojos.
Pensando en
avisarle a su papá de inmediato, como de rayo, sorprendido y bastante
espantado, el niño bajó sin hacer el menor ruido la escalera de caracol,
mientras guarecidas en la negritud de la noche Jerónima y Pera se quedaron para
llenarse, para hartarse lo más que pudieran las retinas con la imagen
fantasmagórica que ciertamente nadie les iba a creer que estaba ahí, ante
ellas, cuando mucho a un metro de distancia.
En la sala,
ya medio “alegres”, Antonio y Esperanza escuchaban un disco de Dean Martin, al
tiempo que disfrutaban sus cubas con ánimo pacífico, comentando y riéndose por
los regalos que supuestamente “en secreto” los niños habían elaborado en sus
escuelas y que a la mañana siguiente, domingo 10 de mayo (Día de las Madres),
le iban a entregar a su progenitora. La cachaza de la pareja fue interrumpida
por su hijo, el que sofocado y siempre en su acostumbrada manera impersonal de dirigirse a sus padres, simple
y llanamente les gritó: ¡en la azotea está el diablo todo vestido de negro!, ¡está subido en una
bicicleta que camina sobre una reata que puso desde el cuarto de Jerónima hasta
la azotea de la escuela y de ida y vuelta cruza el precipicio echando lumbre
por las manos!, ¡la bicicleta camina sola sin que la maneje para nada!, ¡allí
están Pera y Jero, el diablo las hipnotizó!, ¡vengan rápido, se las va a llevar
hipnotizadas!
Para nadie
era novedad que Toñito añadía a su imaginación una tendencia a empequeñecer o
engrandecer las cosas. Para él las cosas eran cositas o eran cosotas, pero
jamás cosas. A pesar de ello y tal vez por los alcoholes que le impedían ya racionalizar
los hechos, Antonio Ruiloba salió como loco de la sala echándole mentadas de
madre al diablo, llegó a la escalera de caracol, la subió a toda prisa y de
casualidad no resbaló, pero cuando al fin puso un pie en la azotea, ya no
habían ni diablo, ni bicicleta. Sólo encontró una cuerda de yute amarrada con
nudo de alpinista a una clavija en el pretil de la azotea, exactamente frente
al cuartito de Jerónima, y que se extendía tensa hasta la azotea de una escuela
que estaba atrás de la casa de los niños, sobre la Avenida Florencia, que era
paralela de Cerrada de Hamburgo. Entre ambas azoteas existía un vacío de al
menos quince metros de longitud. Y si bien tampoco vio ninguna lumbre, sí halló
dos estopas tiznadas que guardaban olor a quemado reciente.
-¡Cabrón
hijo de puta!, ¡pinche diablo pendejo! ¡Te mato si vuelves a espantar a mis
hijos, cabrón culero!, varias veces le gritó Ruiloba al cobarde de
Mefistófeles, que nunca se apareció.
Por su lado,
y gracias a que no había rebasado la etapa inicial de la embriaguez, tan de
buen humor andaba Esperanza que cuando todos bajaron de la azotea, bien
asustados la mucama y los niños, y Ruiloba aún echando pestes contra el diablo
miedoso, los invitó a la sala a que Toñito y Pera se tomaran una Coca-Cola y…… ¡oh
sorpresa!, ¡una cuba, Jerónima! Y así lo hicieron. Claro está que treinta
minutos después de que Jerónima, Pera y Toñito repitieron como pericos cada uno
que fue verdaderamente cierto que vieron a alguien totalmente vestido de negro
ir de ida y vuelta varias veces, de azotea a azotea, montado en una bicicleta
que caminaba sobre una larga cuerda arriba del precipicio, sacando fuego de sus
manos (por lo que tenía que ser el diablo, a fuerzas), les empezó a dar sueño a
Antonio y Esperanza. Sin embargo, antes de su somnolencia los patrones le
sirvieron una segunda cuba a Jerónima para que quedara bien curada del susto.
Haciéndose tantito del rogar al principio, acabó empinándosela casi de un solo
trago. La cara de la hidalguense se fue poniendo cada vez más colorada y los
escuincles a lo descarado le empezaron a echar chanzas a la Jero, diciéndole,
entre otras cosas, que si amanecía cruda mañana cómo le iban a salir los huevos
rancheros.
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