viernes, 8 de febrero de 2013

Entrega 73



CAPITULO 7
 Nervioso, bien asidas las manos al barandal y a veces al pasamanos, Toñito trepó uno por uno los peldaños de la angosta escalera de caracol que conducía a la azotea de Cerrada de Hamburgo. Se había prometido que le iba a ver los calzones a su hermana y sobre todo a Jerónima, que subían delante de él, pero estaba tan oscura la noche, eran tan estrechos los escalones y se veía cada vez más feo el cubo de la escalera mientras ascendía, que se olvidó por completo de su osada intención.
-Ssshhhhh……ssshhhhh…….no hagan ruido…..ya salió, ahí va en su bicicleta, con plena sovoz Jerónima logró que los niños se volvieran prácticamente fantasmales.
-¡Sí, ya lo vi!, confirmó Pera la visión fantástica, igualmente en voz casi inaudible.
-No veo nada, muévanse………¡Ya lo vi!, ¡ya lo vi!, ¡ahí está!, y susurrándoles a su hermana y a la sirvienta, al fin Toñito pudo dar fe de lo increíble que aparecía ante sus ojos.
Pensando en avisarle a su papá de inmediato, como de rayo, sorprendido y bastante espantado, el niño bajó sin hacer el menor ruido la escalera de caracol, mientras guarecidas en la negritud de la noche Jerónima y Pera se quedaron para llenarse, para hartarse lo más que pudieran las retinas con la imagen fantasmagórica que ciertamente nadie les iba a creer que estaba ahí, ante ellas, cuando mucho a un metro de distancia.
En la sala, ya medio “alegres”, Antonio y Esperanza escuchaban un disco de Dean Martin, al tiempo que disfrutaban sus cubas con ánimo pacífico, comentando y riéndose por los regalos que supuestamente “en secreto” los niños habían elaborado en sus escuelas y que a la mañana siguiente, domingo 10 de mayo (Día de las Madres), le iban a entregar a su progenitora. La cachaza de la pareja fue interrumpida por su hijo, el que sofocado y siempre en su acostumbrada manera  impersonal de dirigirse a sus padres, simple y llanamente les gritó: ¡en la azotea está el diablo todo  vestido de negro!, ¡está subido en una bicicleta que camina sobre una reata que puso desde el cuarto de Jerónima hasta la azotea de la escuela y de ida y vuelta cruza el precipicio echando lumbre por las manos!, ¡la bicicleta camina sola sin que la maneje para nada!, ¡allí están Pera y Jero, el diablo las hipnotizó!, ¡vengan rápido, se las va a llevar hipnotizadas!
Para nadie era novedad que Toñito añadía a su imaginación una tendencia a empequeñecer o engrandecer las cosas. Para él las cosas eran cositas o eran cosotas, pero jamás cosas. A pesar de ello y tal vez por los alcoholes que le impedían ya racionalizar los hechos, Antonio Ruiloba salió como loco de la sala echándole mentadas de madre al diablo, llegó a la escalera de caracol, la subió a toda prisa y de casualidad no resbaló, pero cuando al fin puso un pie en la azotea, ya no habían ni diablo, ni bicicleta. Sólo encontró una cuerda de yute amarrada con nudo de alpinista a una clavija en el pretil de la azotea, exactamente frente al cuartito de Jerónima, y que se extendía tensa hasta la azotea de una escuela que estaba atrás de la casa de los niños, sobre la Avenida Florencia, que era paralela de Cerrada de Hamburgo. Entre ambas azoteas existía un vacío de al menos quince metros de longitud. Y si bien tampoco vio ninguna lumbre, sí halló dos estopas tiznadas que guardaban olor a quemado reciente.
-¡Cabrón hijo de puta!, ¡pinche diablo pendejo! ¡Te mato si vuelves a espantar a mis hijos, cabrón culero!, varias veces le gritó Ruiloba al cobarde de Mefistófeles, que nunca se apareció.
Por su lado, y gracias a que no había rebasado la etapa inicial de la embriaguez, tan de buen humor andaba Esperanza que cuando todos bajaron de la azotea, bien asustados la mucama y los niños, y Ruiloba aún echando pestes contra el diablo miedoso, los invitó a la sala a que Toñito y Pera se tomaran una Coca-Cola y…… ¡oh sorpresa!, ¡una cuba, Jerónima! Y así lo hicieron. Claro está que treinta minutos después de que Jerónima, Pera y Toñito repitieron como pericos cada uno que fue verdaderamente cierto que vieron a alguien totalmente vestido de negro ir de ida y vuelta varias veces, de azotea a azotea, montado en una bicicleta que caminaba sobre una larga cuerda arriba del precipicio, sacando fuego de sus manos (por lo que tenía que ser el diablo, a fuerzas), les empezó a dar sueño a Antonio y Esperanza. Sin embargo, antes de su somnolencia los patrones le sirvieron una segunda cuba a Jerónima para que quedara bien curada del susto. Haciéndose tantito del rogar al principio, acabó empinándosela casi de un solo trago. La cara de la hidalguense se fue poniendo cada vez más colorada y los escuincles a lo descarado le empezaron a echar chanzas a la Jero, diciéndole, entre otras cosas, que si amanecía cruda mañana cómo le iban a salir los huevos rancheros.

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