miércoles, 20 de marzo de 2013

Entrega 113




De puntillas, sin zapatos, el niño se metió en la recámara que guardaba un olor nauseabundo, atravesó con todo cuidado frente a la piesera de la cama matrimonial hasta llegar al lado derecho, que era el de Esperanza, justo ante la  ventana que miraba hacia el ducto blanco de la chimenea. Las cortinas oscurecían la habitación. No se veía nada. Pero el ladronzuelo conocía perfectamente el terreno por las mil veces que allí había entrado, hasta ese lado derecho, como aquella en que entre Krogman (muerto de risa), Pera (avergonzada) y él (indiferente) jalaron del cinturón y lograron detener a Nacho Calero Topete, quien bien  borracho ya había alzado la colcha, la cobija y la sábana e iba a meterse a la cama para cogerse a su ex cuñada, la que desnuda, medio alcoholizada e igualmente presa de un ataque de risa por la “puntada” del ex esposo de Ana Videgaray, simulaba rechazarlo con ambas manos y alegre le decía: ¡ya Nacho, no mames, ya ni se te para!
Toñito sabía que, ebria o sobria, su madre invariablemente dejaba su bolsa  pegada al lado derecho de la cama, que era “su” lado. Anduvo tentaleando por aquí y por allá hasta que logró dar con ella, la cual siempre tenía el cierre abierto. Introdujo su mano derecha y pronto dio con la cartera gorda, pletórica de billetes. Su buen juicio le aconsejó sólo sacar uno y emparejar y empujar hacia abajo el resto, para que no se notara nada. De su suerte dependería (por la absoluta oscuridad) que no hubiera tomado alguno que por su alta denominación levantara inmediatamente sospechas en la escuela y le acarreara problemas.
El billete no levantó sospechas, pero sí le acarreó problemas.
Ignatz Krogman despertó al oír que una duela del piso de madera rechinaba. Con la mano derecha buscó a su esposa y la tocó, por lo que de inmediato de su buró tomó su Luger y disparó hacia donde escuchó el sonido. Se oyeron varios gritos y por todos lados. Esperanza prendió la luz y vio a su hijo inmóvil en un incontenible chorro de sangre. En una décima de segundo se fue sobre el arma que empuñaba el alemán. Y ambos, o ebrios todavía, o estupidizados, o sorprendidos, forcejearon no más de medio minuto, hasta que se escuchó un nuevo disparo. Krogman se desplomó hacia adelante. La mujer, gritando como nunca, “¡¿qué hago?!, ¡¿qué hago?!, ¡¿qué hago?!, ¡¿qué hago?!”, tomó el arma que había quedado entre las piernas del teutón, se metió el cañón en la boca y jaló el gatillo.
Mientras descendía el elevador que Carlos Tello, poco antes de morir de un infarto al miocardio en 1957, mandó instalar en Atlanta 188 a fin de facilitar el traslado de la planta baja al segundo piso, y viceversa, para su sobrino, nuevamente el vozarrón de Geonila se escuchó por toda la casa:
-¡Ora se espera, joven Antonio! ¡Los huevos se enfriaron, Delfina le está cocinando otros!
Y a Antonio, condenado a una silla de ruedas, la verdad es que no le interesaban los huevos fríos o calientes, tibios o como fueran. A Antonio no le interesaba ya nada. Lo que podía tener (¿respirar?, ¿dormir?, ¿despertar?) no le causaba felicidad desearlo. Y lo que no podía tener (sensibilidad de la cintura hacia abajo, libertad, placer, salud) más lo deseaba y más se torturaba. Sufría, no gozaba sus quince años de edad. Maldecía por eso la belleza y cercanía de Geonila. Ansiaba y odiaba que se ocupara de él.
Todo se había acabado. Los estudios. Los amigos. Todo. Hasta la relación con Pera. La tía Lupe había resultado pitonisa. En diciembre de 1959, en Acapulco, Pera conoció al diseñador Peter Livorek, oriundo y residente del puerto de Perth, en Australia, literalmente al otro lado del mundo, es decir, hasta el quinto infierno. En marzo de 1960 se casó con él en la iglesia de Santa Teresita del Niño Jesús, en las Lomas de Chapultepec, y la recepción fue en Atlanta 188. Ningún Videgaray asistió. Y es que ninguno fue invitado.
Antonio siempre se quedó con la duda sobre si el australiano conocía el drama ocurrido en Montañas Rocallosas y la historia precedente, y  por su mentalidad de extranjero se le resbalaba, como la tía Lupe siempre lo había establecido como única salida para Pera, y por eso ésta pudo casarse; o si Pera se lo ocultó, pues ninguna otra cosa le importaba ya  en la vida que largarse lo más lejos de México y huir para siempre de su pasado. Lo cierto era que nunca regresó al país ni cruzó correspondencia, salvo una sola vez con su hermano.
Y cierto era también que diario, una vez y otra vez y otra vez y una más, y otra nueva, Antonio, aquel Toñito que nació sin suerte para obtener lo que no tenía y por ello deseaba, leía a solas en su cuarto, ya sin lágrimas que llorar, la maldita, seca, inhumana, irremediable sentencia médica:
“El traumatismo de la médula espinal puede ser causado por lesiones a la columna por heridas de bala y otras causas. Los resultados comunes son la parálisis y la pérdida de sensibilidad de una parte del cuerpo, pérdida del funcionamiento sexual, pérdida del control intestinal, pérdida del control de la vejiga, pérdida de………………………….”

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