martes, 19 de marzo de 2013

Entrega 112



A la ceremonia desde luego no fueron invitados los Tello Ruiloba y la abuela exigió, invocando lo que tendría que pagar, que al desayuno en el Sanborn’s de Los Azulejos sólo asistieran ella y Toñito, por lo que su yerno, su hija y su nieta se quedaron esperándolos en Hamburgo 126. Nada tonto, desde inicios de marzo el próximo comulgante preparó el terreno en la escuela: sólo iba a ir su abuelita, pues sus papás tenían que cuidar en la casa a su hermanita, que estaba muy grave con hepatitis.
Los tíos gozaron como nadie, sin presenciarla, la primera comunión de Toñito. No sólo se sacudieron una pesada culpa moral, sino que se ahorraron cientos de pesos que, por primera vez en su vida, la multimillonaria abuela se dignó invertir en su nieto. El viernes 23 de marzo, Pera le sacó el permiso a su mamá para que desde ese día, por la noche, sus tíos los pudieran recoger en Montañas Rocallosas. A la emoción de salir la víspera de lo acostumbrado con sus titos y además de noche, se añadió una sorpresa: se fueron a un autocinema. Al día siguiente tíos y sobrinos estaban puntuales a las ocho de la mañana en la misa de acción de gracias en el templo de San Francisco, porque Toñito había finalmente podido hacer su primera comunión. Pero como esa iglesia colonial se asentaba en la Avenida Francisco Madero, fue la excusa para que luego se fueran a desayunar al Lady  Baltimore, que estaba a unos pasos. Ahí la tía Lupe de plano se engulló casi media docena de croissants acompañados de dos tazas de té con leche, no sin antes pontificar que ese restaurant “sí es para la gente decente, porque el de enfrente, el Sanborn’s de Los Azulejos, ya se acorrientó, ya entran muchos pelados”.
A Toñito se le cocían las habas por saber cuál iba a ser su regalo por haber ingresado ya a la legión de los comulgantes. Y no tuvo que esperar mucho tiempo para ello. Al paso cansino de los padrinos, llegaron hacia el medio día, tras revisar aparador tras aparador de cada tienda con artículos de todo tipo, a la exclusiva joyería La Esmeralda. Tras requerirle al paciente empleado que les tocó en suerte les mostrara seis, siete y hasta ocho modelos distintos, como era de esperarse la tía optó por escoger  (a su gusto, claro está) el más económico: un relojito marca “Zelico”, de esos de batalla, aguantadores, con su correa de cuero café. De todas formas el festejado quedó complacido, pues tuvo la anuencia de llevárselo a Montañas Rocallosas y  usarlo siempre donde quisiera.
Fue un inolvidable fin de semana.
Entre las normas de vida que los padrinos Carlos y Lupe enseñaban tautológicamente a los hijos de Antonio Ruiloba González Misa y Esperanza Videgaray Salas, existía una con la que nunca estuvo de acuerdo Toñito: “la felicidad consiste en desear sólo lo que se puede tener”. A diferencia de la inmensa mayoría de los niños del Colegio del Tepeyac y del Colegio Americano, por no decir que de la totalidad, ni Pera ni él recibían diariamente alguna cantidad para comprarse golosinas en la escuela, o semanalmente su “domingo”. Como la madre ni los tíos le soltaban un peso, una por tacaña y los otros porque no querían propiciar que “se  echara a perder”, Toñito recurrió a la observación y a la osadía. Cayó en cuenta de que casi todas las mañanas Esperanza y el alemán amanecían bien crudos, pues casi todas las noches se emborrachaban. Pero, lo más importante, era que despertaban mucho tiempo después de que él ya se había ido a la escuela.
Así que un buen día decidió iniciar la aventura de su liberación económica. Muy temprano, inclusive antes de que Pera se levantara al baño, el niño se acercó a la entrada de la recámara de su madre y ahí permaneció los minutos necesarios para asegurarse que el par de viciosos estaban bien dormidos (por alguna razón jamás la puerta  era cerrada, así estuvieran en pleno coito).

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