Pero en esa parafernalia por sobre
todas las cosas lo que verdaderamente era el leit motiv de su angustia y
consecuente parálisis, era la cara infernal de Esperanza y los gritos que
profería y que podían escucharse a lo largo de toda la larga y estrecha Cerrada
de Hamburgo: ¡Puta madre, quiero verga, quiero verga!, ¡tengo las nalgas
calientes…..!
Las horas transcurrían interminables
y el martirio de Toñito, Pera y Jerónima ocurría, como los buenos martirios,
lento. Tenía su cadencia propia. Esperanza se levantaba de vez en vez a cambiar
el disco del fino aparato Zenith, sea que pusiera la otra cara, sea que sacara
uno nuevo de su funda de cartón. Naturalmente en todas las ocasiones no le atinaba con su pulso distorsionado a
colocar la aguja del tocadiscos en el inicio del disco que ya giraba a treinta
y tres y media revoluciones por minuto: la colocaba a la mitad o al final del
long play. Cada que esto sucedía estallaba en cólera y maldecía a todo pulmón,
con las más soeces de las palabras, con la rabia brotándole por los ojos de su
rostro descompuesto. Y así imprimía más violencia al escenario ya de por sí
violento. En otras oportunidades se levantaba para prepararse una cuba con un
chorrote de Bacardí, un chorrito de Coca-Cola y hielos. Sobra decir que en cada una de estas
operaciones los hielos que tomaba con bastante dificultad del plato hondo,
donde recurrentemente los vaciaba Jerónima, iban a dar al suelo, de donde los
rescataba torpemente Esperanza para tratarlos de introducir una vez más al
vaso. Charcos de ron y refresco de
cola mojaban la alfombra y testificaban
el desequilibrio motriz de la beoda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario