martes, 27 de noviembre de 2012

Entrega 3



Pero en esa parafernalia por sobre todas las cosas lo que verdaderamente era el leit motiv de su angustia y consecuente parálisis, era la cara infernal de Esperanza y los gritos que profería y que podían escucharse a lo largo de toda la larga y estrecha Cerrada de Hamburgo: ¡Puta madre, quiero verga, quiero verga!, ¡tengo las nalgas calientes…..!
Las horas transcurrían interminables y el martirio de Toñito, Pera y Jerónima ocurría, como los buenos martirios, lento. Tenía su cadencia propia. Esperanza se levantaba de vez en vez a cambiar el disco del fino aparato Zenith, sea que pusiera la otra cara, sea que sacara uno nuevo de su funda de cartón. Naturalmente en todas las ocasiones  no le atinaba con su pulso distorsionado a colocar la aguja del tocadiscos en el inicio del disco que ya giraba a treinta y tres y media revoluciones por minuto: la colocaba a la mitad o al final del long play. Cada que esto sucedía estallaba en cólera y maldecía a todo pulmón, con las más soeces de las palabras, con la rabia brotándole por los ojos de su rostro descompuesto. Y así imprimía más violencia al escenario ya de por sí violento. En otras oportunidades se levantaba para prepararse una cuba con un chorrote de Bacardí, un chorrito de Coca-Cola y  hielos. Sobra decir que en cada una de estas operaciones los hielos que tomaba con bastante dificultad del plato hondo, donde recurrentemente los vaciaba Jerónima, iban a dar al suelo, de donde los rescataba torpemente Esperanza para tratarlos de introducir una vez más al vaso.  Charcos de ron y refresco de cola  mojaban la alfombra y testificaban el desequilibrio motriz de la beoda.

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