Pero también por el cine Pera y
Toñito vivieron jornadas impactantes, imborrables. Así ocurrió el sábado 5 de
julio de 1952, tan sólo tres semanas después del cumpleaños y escandalazo de
Esperanza, cuando Jerónima y los niños asistieron a la función de las cuatro de
la tarde en el Roble, que por entonces había subido las entradas a cinco pesos,
junto con el Real Cinema, el Orfeón y otros, mientras que el Nacional las
mantenía en tres, el Cosmos en dos y el Maya, el Soto y el Primavera en $1.50.
Ahí fueron a ver un bodrio llamado
“Estrella del destino”, con Clark Gable y Ava Gardner, que trataba de cómo el
anexionista Andrew Jackson supuestamente convencía al pilllastre Sam Houston de
que tras despojar a México de Texas, lo incorporara a Estados Unidos.
Seguramente la película la debió
haber sugerido Esperanza (siempre añorante de su infancia y adolescencia
vividas en San Antonio, Texas), a Toñito le ha de haber encantado por ser del
viejo Oeste, o sea, de vaqueros, y Pera quién sabe qué se habrá imaginado luego
de leer el anuncio del Roble en la cartelera cinematográfica del periódico:
“Hoy ¡La pareja romántica más excitante de la pantalla! Clark Gable y Ava
Gardner en Estrella del Destino (Lone Star), la dramática cinta de la M.GM.”
Como de costumbre, asidos de cada
una de las manos de Jerónima, Toñito y Pera iniciaron la feliz caminata (por
múltiples razones) que los llevaría de la Cerrada de Hamburgo, por el Paseo de
la Reforma, hasta el Cine Roble.
A Toñito particularmente le gustaba
ese trayecto, pues iba viendo de cerca las estatuas y los jarrones que
adornaban la avenida más bella de la capital mexicana, sin perder ocasión de
preguntarle a su hermana sobre todos y cada uno de los nombres de los próceres
liberales décimonónicos que siempre estaban limpios, relucientes.
-¡Ya párale con lo mismo Toño!, si
sigues preguntando todos los nombres nunca vamos a llegar al cine, reprendió la
sirvienta al niño, quien las obligaba continuamente a detener la marcha para
que Pera le leyese los nombres y las snopsis biográficas de cada personaje, inscritos
en sus pedestales. Desde luego Pera así igualmente se distraía de su metódica
revisión de las hermosas, enormes bancas de piedra labrada, donde las parejas
de enamorados se musitaban cositas de amor, se cogían las manos y se besaban en
la boca con mesura y discreción, conforme a la moral pública de aquellos
tiempos.
Observador por naturaleza, el mal
apisonado piso de tierra clara de las banquetas del Paseo de la Reforma tampoco
escapaba al escrutinio de Toñito. Le llamaba la atención la conformación del
mismo, la irregularidad del terreno, las pequeñas elevaciones y las hendiduras
que aparecían de vez en vez, y que dentro de su imaginación adquirían
proporciones majestuosas, como si fueran formaciones rocosas esculpidas por
ríos milenarios en un páramo calcinado por el sol.
Finalmente ante la vista de los tres
apareció la gran estatua del águila que cae, Cuauhtémoc, en la confluencia de
las dos principales arterias de la Ciudad de México: el Paseo de la Reforma y
la Avenida de los Insurgentes. Jerónima apretó las manitas de los niños y
presurosa los condujo hacia el cine, que estaba ya cerca de ellos, luego de
cruzar Insurgentes, primero, y los dos sentidos
de Reforma, después.
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