sábado, 22 de diciembre de 2012

Entrega 28



Por referencias, Esperanza Salas sabía que sus padres biológicos habían sido muy pobres en Alemania y muy pobres fallecieron en México, y que su hermana gemela en un orfanatorio murió de tuberculosis. Su orgullo era platicar que durante su largo exilio en San Antonio, Texas, ella y el general Videgaray abrieron una tienda de abarrotes, donde “trabajábamos como negros dieciséis horas al día”. Como prueba de ello mostraba una pequeña foto de cámara de agua, en la que se apreciaban al frente del mostrador de la tienda el general, ceñido del típico mandil de los tenderos, su flaca esposa, igualmente ceñida con mandil de dependiente, y una muy pequeña Esperanza Videgaray Salas, abrazada a un muslo de su madre. Esta foto también la sacaba la matriarca para demostrar que ella era la madre de su alcohólica hija, quien sobria o ebria solía afirmar a gritos que ella era hija de una prostituta francesa con la que se metió su padre en París.
Por su origen y por la experiencia de trabajo que vivió en Estados Unidos, Esperanza Salas despreciaba a los yernos que le tocaron en suerte y apreciaba a Castañeda, de quien opinaba que era un hombre de trabajo, un hombre forjado por sí mismo, con su esfuerzo.
Pero Armando Castañeda estaba a años luz de ser eso. En sentido estricto, se rentaba, rentaba su cuerpo entre algunas mujeres. Era un vividor. Cada semana o al menos cada quince días el Ford de Esperanza se estacionaba sobre la Avenida Juárez, a unos metros de la Avenida San Juan de Letrán, del que bajaba la patizamba Alicia (doña Licha, todos la llamaban), portera de una de las vecindades que Esperanza poseía en la Calle de Vizcaínas, y se introducía al edificio donde estaba el bufete jurídico en que trabajaba Castañeda, para entregarle en propia mano un sobre blanco lleno de dinero, con el recado de que pasara por la noche a Cerrada de Hamburgo o se viera en determinado lugar y a determinada hora con su querida. Doña Licha regresaba al auto siempre sin el sobre y con la respuesta, invariablemente positiva, de Castañeda.
Estos asuntos que hubieran resultado penosos para cualquiera otra mujer, no lo eran ni para Esperanza que a menudo andaba con fuego entre las piernas, ni mucho menos para doña Licha, quien amén de portera, era también matrona del pequeño y disimulado prostíbulo que tenía en algunos de los cuartos que Esperanza rentaba en Vizcaínas, con lo que ésta se encontraba muy contenta, pues siempre ponía como ejemplo que “las putitas nunca me dan problemas, jamás se atrasan con la renta”.
Y Pera, primero, y Toñito, después, atestiguaban con naturalidad esos viajes al centro para buscar a Castañeda, sobre el que sólo preguntaban si iba y cuándo a venir. En ocasiones tenía problemas para arreglar su agenda, pues obviamente daba también servicio a otras señoras. Pero su cinismo era tal que en ocasiones llegaba con una amplia sonrisa de oreja a oreja y con regalos para los hijos de Esperanza. Así, un sábado por la mañana, en el Sanborn’s de la glorieta del Angel de la Independencia, donde ya lo esperaban Esperanza y los niños para irse todos a Ixtapan de la Sal,  llegó con una muñeca chillona para Pera y dos carritos de fricción marca “Vide”, para Toñito: un Ford y un Studebaker. El Ford, pues de esa marca era el auto de su amasia o arrendadora, y el Studebaker, porque él tenía uno de color azul claro. Y de marca “Vide”, porque los fabricaba Arnulfo Videgaray, hermano de Esperanza, y la leyenda publicitaria de las cajas de cartón de los carritos rezaba “Otro Juguete VIDE”. “El Clavo” estuvo a punto de ir a la cárcel por las deudas en que incurrió, debido a las devoluciones masivas de sus productos que hacían las jugueterías y demás tiendas donde los había vendido, pues simplemente no funcionaban, no caminaban. En pocos minutos Toñito lo comprobó.

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