viernes, 28 de diciembre de 2012

Entrega 34


Otra de sus aficiones favoritas era marchar y tocar hasta el cansancio su tambor de latón, muy colorido, que mostraba las fachadas del Palacio Nacional y del Castillo de Chapultepec, intercalándose con estampas de cadetes del Colegio Militar enfundados en sus vistosos trajes de gala. Cuando tal era el caso, Toñito ceñía con mecate a su cintura una espada de madera con su empuñadura tricolor, sin faltar en su cabeza el consabido casco de cartón, también tricolor, artículos todos estos, al igual que la regadera y la pala roja de madera, que sus tíos Lupe y Carlos le habían regalado, pues tanto su madre como su abuela ni por equivocación llegaban a comprarle algún juguete. Ni a él ni tampoco a Pera.
A pesar de las semanas transcurridas al lado de su madre o precisamente debido a ello, Toñito añoraba Hamburgo 126, más que a la abuela en verdad,  pero también seguido le asaltaba el recuerdo de sus tíos, de ellos, sí, y la nostalgia por ese tiempo vivido felizmente y ahora ido. Sufría, pues fue mucho lo que perdió.
 Durante el tiempo que Esperanza Videgaray había permitido que frecuentaran ambas criaturas a los parientes de su ex marido, Carlos  Tello y Guadalupe Ruiloba los recogían puntualmente a las once de la mañana del sábado en la entrada de Hamburgo 126, a donde previamente Jerónima o la nana Chayo o alguna otra sirvienta, e inclusive alguna vez la propia Esperanza,  se habrían ocupado de que Pera estuviera presente una o dos horas antes de las once. Y también puntualmente, religiosamente, los tíos dejaban a los niños en la casona a las seis de la tarde del domingo.
 Por obvias razones, desde el divorcio de Antonio Ruiloba y Esperanza Videgaray la comunicación entre ambas familias se quebró. Los tíos Carlos y Lupe, por imperiosa necesidad, sólo mantenían el diálogo con la abuela materna y excepcionalmente mediante recados a Esperanza Videgaray, a través de Pera, o del padre José Franco, de la Orden Misioneros del Espíritu Santo (quien por igual les sacaba dinero a los tíos y a la abuela), o inclusive del propio Joseph Mulayo, ajonjolí de todos los moles, al que no tragaban, pero lo tuvieron que aceptar como mensajero, toda vez que Antonio Ruiloba, desde Los Angeles y después de muchísimas misivas, convenció a su cuñado y a su hermana mayor de que el filipino era de fiar, ya que había sido su amigo en las buenas y en las malas. Quién sabe si era cierta o no tal suposición de Antonio, pues lo único comprobable, indiscutible, es que habían compartido muchísimas borracheras a lo largo de los años.
Bajo esas condiciones y valores entendidos, se realizaban los fines de semana, salvo cuando salían de viaje Esperanza o los tíos, las visitas de Pera y Toñito a casa del matrimonio Tello Ruiloba. Eran dos días de paz y felicidad, de vivir como la gente, con amor, alegría.
De entrada, el buen ánimo iniciaba al ingresar al Pontiac de los tíos, pues olía bonito, era una versión de lujo, alfombrado (además de los tapetes superpuestos) y tapizado, con radio, reloj y floreritos adheridos a los postes de las puertas. Nada le sonaba. Y el Ford era lo contario: apestaba a todo lo imaginable, era versión austera sin radio ni reloj, aunque jalaba bien, con el sonido propio de los autos fabricados para el trabajo duro.
También ayudaba la fragancia de los perfumes franceses, importados, que solía ponerse la tía Lupe, en vez de la Colonia Sanborn’s y la Crema ‘C’ de Ponds, de Esperanza Videgaray. Pero lo más importante de todo lo eran el trato respetuoso y el cariño de los tíos hacia sus sobrinos y, desde luego, entre ambos, que ya llevaban más de 25 años casados. Ni por equivocación se llegaba a oír una mala palabra o un grito. Todo era tersura, todo suavidad. El “por favor” y el “gracias” siempre estaban presentes. Al niño le llamaban Toñito Alfredo y a su hermana Esperancita. Y en correspondencia, las criaturas fueron sutil y dulcemente educadas u obligadas a llamarles respectivamente Tito y Tita, en lugar de tío y tía, que sólo eran para el resto, para los demás, fueran los Ruiloba o los Videgaray.

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