Discos y cubas, gritos y pasos
vacilantes de ida y vuelta al baño de Esperanza, marcaban en vez de segundos,
minutos y horas el tiempo infernal, inacabable.
-¡Cabrona, agarra la jerga y la cubeta y lava
el coche, no te estés ahí parada como pendeja, me cuestas dinero, tragas de mi
trabajo!, insultó y mandó Esperanza a Jerónima. Y ésta salió, sumisa como
siempre, a lavar el Ford ’49, blanco,
mientras el sol caía como plomo y abrillantaba sus defensas y molduras.
Adentro seguía todo igual.
Ese 13 de junio de 1952 nadie
felicitó a Esperanza Videgaray Salas: ni su madre Esperanza Salas Gómez de la
Torre, viuda del general huertista Alfredo Videgaray Pérez, como tampoco sus
hermanos Alfredo, Ana y Arnulfo. Mucho menos su ex marido Antonio Ruiloba
González Misa, quien en Los Angeles, California, a pesar de ser ingeniero civil
egresado del Massachusetts Institute of Technology (el famoso MIT), se
desempeñaba como mesero, tras huir de México para no ir a parar a la cárcel por
una demanda que por lesiones y abandono de hogar puso en su contra Esperanza
Videgaray, allá por noviembre de 1945. O sea, que cuando Toñito nació sus
padres ya estaban divorciados.
El odio y la ira prácticamente
contra todo y todos, pues a nadie en verdad quería, hicieron que en un momento
determinado la borracha estallara en cólera indescriptible. Quién sabe qué pasó
por su cabeza, pero de inmediato subió
las escaleras, llegó hasta la cocina y empezó a arrojar todo lo que estaba a su
alcance para abajo. Abrió la puerta del refrigerador y tiró lo que contenía:
las botellas de leche, la cesta de los huevos, los frascos de mostaza y
mermeladas, las frutas, las verduras, la carne, las botellas de refresco, las
botellas de cerveza.
Fue una sonora escandalera. Los
escalones apestaban por los veinte o más huevos estrellados contra ellos y
entre los charcos de leche, refresco, cerveza, jugo de tomate y otros líquidos,
asomaban los pedazos de vidrio de más de una docena de botellas. A la cascada
que pegajosamente resbalaba a lo largo de la escalera la acompañaba el concierto de gritos y
maldiciones de Esperanza, igual que los gritos y el llanto de aturdimiento y
espanto de Toñito, Pera y Jerónima.
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