Aterrorizada al máximo, Pera tomó el
teléfono y llamó pidiendo auxilio a su abuela Esperanza, quien vivía muy cerca,
en Hamburgo 126. Pero como tantas otras veces, no le hizo caso y le dijo que no
molestara. También llamó a sus tíos Carlos Tello y Lupe, que eran cuñado y
hermana mayor de su padre Antonio Ruiloba. Treinta minutos más tarde el tío
Carlos llegaba y quedaba atónito por lo que sus ojos alcanzaron a ver cuando
Jerónima abrió la puerta de la casa. Uno o dos minutos después de su arribo se
presentó la policía, atendiendo al llamado de algún vecino seguramente
escandalizado y naturalmente preocupado por lo que se oía que ocurría en ese
infierno de Cerrada de Hamburgo número
uno.
Dos gendarmes, a petición de un
corrillo de vecinos que de inmediato se formó frente a la entrada de la casa, ingresaron
y preguntaron a los niños y a la sirvienta sobre lo que pasaba, mientras
Esperanza les demandaba que se largaran, los amenazaba con acusarlos por
allanamiento de morada y profería picardía y media a Jerónima por haber abierto
la puerta.
Haciendo caso omiso de Esperanza,
como el náufrago que deposita su fe y
sus últimas fuerzas en el leño milagrosamente asido en la turbulencia
del mar, Pera y Jerónima daban cuenta pormenorizada de los hechos a los
jenízaros en la sala, mientras que afuera un tercer policía, con lápiz y
libreta en la mano, apuntaba los generales del tío Carlos y asentaba lo que le
informaba sobre Esperanza Videgaray Salas y sus dos hijos.
Tras un diálogo de sordos con la
ebria que duró casi una hora y la llegada de una segunda patrulla con otros
tres uniformados, Esperanza, Jerónima, el tío Carlos y los niños fueron
conducidos a la Delegación de Policía correspondiente.
Ya en las lóbregas instalaciones de
la Delegación de Policía, atestadas de coyotes, denunciantes y denunciados,
familiares, acompañantes, y oficiales mecanógrafos, secretarios y agentes del
Ministerio Público, así como los infaltables e impávidos policías de
imaginaria, Esperanza fue remitida a la galera de mujeres, mientras que los
niños, nerviosos, muy nerviosos, eran fuertemente sujetados de las manos por
Jerónima, al tiempo que el tío Carlos comparecía ante el Ministerio Público.
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