miércoles, 2 de enero de 2013

Entrada 39



Del general Videgaray heredó su hija más chica su propensión a hacer cuentas chileras y a desconfiar hasta de su propia sombra. Por esa razón, cuando los porteros le entregaban las rentas cobradas, escribía de inmediato en inglés, seguidamente del nombre del arrendatario, los datos de número de departamento, mes, día y cantidad, para que nadie más conociera ese tipo de detalles, salvo Pera y Toñito cuando la acompañaban y hojeaban los pesados libros de las cuentas y con los cuales siempre cargaba en los días de cobro, en el piso delantero del Fotingo. Cada portero se sentaba en el asiento trasero para darle  el dinero y razón de cada uno de los arrendatarios. Conforme avanzaban las recolecciones, se notaba más y más hinchada de billetes la cartera de Esperanza.

Cuando en 1928 regresaron de San Antonio, Texas, el general Videgaray y su familia, Esperanza contaba con dieciséis años de edad, que resultaron suficientes para convertirse en su brazo derecho durante la construcción -que le llevó más de doce meses- de un imponente edificio de departamentos en plena Avenida 16 de Septiembre, en el centro de la Ciudad de México. Ella era la encargada de anotar todos los días a partir de las siete de la mañana los nombres, la tarea a desarrollar y las herramientas recibidas para ello, de todos y cada uno de los albañiles. En sus remembranzas etílicas, Esperanza platicaba hasta el aburrimiento, que “cuando mi papá construyó el edificio de 16 de Septiembre, ni un clavo, ni una pizca de arena se pudieron chingar los pinches albañiles. Yo les tenía  medido el tiempo para la tragazón y  hasta para ir a cagar”. A las seis de la tarde, ordenados y en fila, a estos trabajadores el general personalmente les rayaba el jornal de ese día, mientras que su hija anotaba nombre, jerarquía o especialidad en la obra, herramientas devueltas, trabajo acometido durante la jornada de trabajo y salario cobrado.

Esa disciplina y ese método lo aplicaba al pie de la letra Esperanza en la administración de los bienes inmuebles heredados de su padre.

La mujer concluía sus jornadas de trabajo  hacia las tres o cuatro de la tarde y las empezaba siempre desde las nueve de la mañana. Rara era la ocasión en que un lanzamiento o cualquier otro asunto ocurriese avanzada la tarde o ya de noche. Salvo cuando  se había quedado de ver con Armando Castañeda, o se le había ocurrido llevar al cine a sus hijos o visitar a las únicas dos amigas “normales” que tenía, Blanca García Travesí y la bellísima Gloria Cuevas, que no eran alcohólicas y odiaban a los gringos a muerte, Esperanza dedicaba las tardes y las noches a embriagarse con sus colegas de adicción y sentimientos. Fuera en Cerrada de Hamburgo o en el departamento de alguno de sus compinches, invariablemente Esperanza aportaba el licor, los refrescos de cola, los hielos o al menos las botanas, que iban desde aceitunas hasta paté de foie gras.

A veces para tales “cuetes” se ponían de acuerdo previamente. En otras ocasiones se telefoneaban cuando principiaba la borrachera, para, como los buenos alcohólicos, no embriagarse solos, “de buró”, como le sucedió a Esperanza el mero día de su cumpleaños. Pero las más de las reuniones etílicas ocurrían “accidentalmente”, sin invitación previa o de última hora, pues el grupo de plano se olfateaba, y los compinches iban cayendo uno a uno o por parejas, como si tuvieran comunicación telepática, en casa de alguno de ellos, fundamentalmente en la de Esperanza, o en la del Chino Joe y Rosita o también en la de Marge y Joe Dunkley. Contadas veces en la de Nils Paulsen y jamás en las del resto de esa banda de briagos.

Víctor Gómez se colaba a tales borracheras al menos una vez al mes y ya sea que se efectuaran en Cerrada de Hamburgo, o en el domicilio de alguno de los otros, el caso es que Esperanza siempre cargaba con sus dos hijos a ellas. Las tareas escolares las hacían los niños en los trayectos del coche, o en plena bacanal, y muchas veces alguien entre los borrachos les ayudaba o se las revisaba y “corregía”, particularmente a Pera, que ya iba en el quinto año de primaria.

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