Muy mexicana estaba la cosa, pero ninguno ni por equivocación trajo ni tomó tequila, y cuando Diana Young les llamó a sus alegres compinches la atención sobre ese detalle, ni tardo ni perezoso el Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad les aclaró que él, como Juan Legido, el gitano señorón de los Churumbeles de España, que se oía por todos lados en México, no tomaba tequila barato, sólo whisky. Si esto causó hilaridad entre los adultos, a los niños no les hizo la menor gracia, sobre todo a Toñito, que tenía memorizadas hasta el cansancio las melodías y las letras de las canciones de los Churumbeles, pues en todas las borracheras de Esperanza en Cerrada de Hamburgo desfilaban en el tocadiscos una y otra vez, junto con la música gringa, los valses de Johann Strauss y las canciones rancheras de Jorge Negrete.
Podría afirmarse que cada nota musical ejecutada por ese grupo español era como una aguja de acero que se clavaba en su cerebro, tras tantas madrugadas sin poder conciliar el sueño, a su cortísima edad, por los criminales escándalos etílicos de su madre. ¡Cuántas noches sonaba el Zenith a todo volumen con lo mismo y lo mismo, como tortura china!; ¡cuántas mañanas tenía que treparse al camión escolar, casi dormido, como bulto vil! No: a Toñito la gracejada de Eduardo del Trigal Condé, sólo le repugnó y le recordó una vez más, como en cámara lenta, lo que los Churumbeles de España, las canciones de los hit parades gringos, los valses de Johann Strauss y los últimos éxitos de Negrete representaban para él en sufrimiento. En su cabecita rondaba ya la angustia sobre cómo y a qué hora terminaría esa noche del grito, que nada le significaba.
Por fin se abrió la puerta de la recámara de Marge y entre aplausos salieron de ella Antonio Medrano con una sonrisa de oreja a oreja, y Herta, muy segura de sí misma y, desde luego, ya bien despierta. Rosita, la esposa del Chino Joe, sólo les echó una mirada socarrona, mientras ya se le quemaban las habas porque comenzara el concurso de desfiguros de Esperanza, Marge y Diana, que ya andaban bien cuetes.
Cínico como era por naturaleza, Medrano se fue derecho en calidad de juez a donde las mujeres estaban a punto de iniciar una competencia para averiguar quién era la que levantaba más alto una pierna, como las coristas o como las bailarinas. Apoyándose en los bordes de la chimenea empotrada en una de las paredes de la sala, la primera concursante, Esperanza, apenas pudo levantar su pierna izquierda, sin lograr siquiera que su extremidad adoptara una línea horizontal, fue descalificada de inmediato por el juez, ante las burlas y chiflidos del auditorio masculino.
Le siguió Marge, quien levantó su pierna izquierda más allá de la cintura y cuando empezaba a cosechar y escuchar las palmas de Nils, Eduardo, el Chino, Herta, Rosita, Esperanza, Diana, Rupert y el propio Medrano, apareció de improviso su marido Joe Dunkley. Nadie se había percatado que con su llave abrió la puerta y entró, por el relajo que se traían en el departamento, quedándose instantáneamente petrificada su mujer cuando lo vio bien plantado frente a ella. Y es que no era para menos: hoy sí y mañana también, porque era de día o porque era de noche, el periodista le pegaba tremendas tundas a la pobre Marge, la que casi cotidianamente mostraba una cara con mejillas y algún ojo moreteados, y el lindo blanco de sus pechos siempre andaba acompañado de verdes y violetas que Dunkley le añadía. Arañazos y magullones también se apreciaban en sus brazos y piernas.
-¡Ahí voy, me toca, voy a ganar, voy a ganar!, en reacción inmediata gritó Diana Young y de tremendo empujón lanzó a Marge contra su esposo, quien a duras penas la sostuvo, y un segundo después, apoyada en la chimenea, levantaba rápidamente una y otra piernas muy por encima de su cintura, y luego en un equilibrio sorprendente se separaba de la chimenea y tocaba con las puntas de los dedos de sus dos manos en perfecta junta, con todo su cuerpo volcado hacia el frente, la punta de los dedos de la pierna que había elevado, sosteniéndose así durante varios segundos cada vez. Un aplauso general, en el que pasmados participaron Pera y Toñito, rubricó la “actuación” de la escultural Diana (a sus cuarenta y dos años de edad), representación total con parlamento y toda la cosa, pues fue lo que de inmediato se le ocurrió para salvar a Marge de lo que hubiera sido una felpa segura, ya que a Joe Dunkley le hubiera importado un soberano cacahuate si había o no había testigos.
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