-Sí, nosotros no queremos ningún tipo de problemas con
esa señora ni tampoco estamos dispuestos a que la policía cargue con todo y
nosotros a la Delegación. Nosotros sólo los trajimos aquí para que no les
pasara nada y no estuvieran, tú y los pobrecitos niños en la calle a estas
horas. Entonces, como te dijo mi esposa, nomás se asome la policía por la
esquina, se me salen de volada tú y los niños. ¿Tú me entiendes, verdad, tú nos
comprendes por qué tenemos que hacer así las cosas, no es verdad?
-¡Sí señor!, y en verdad de diosito que les agradezco
mucho su ayuda y no les vamos a causar problemas a usted y a su señora esposa
que fueron tan buenos con nosotros, le contestó Jerónima, a punto de soltar el
llanto, cuando fue nuevamente advertida por el hombre, anfitrión a fuerzas,
protector esporádico:
- Y mira muchacha, lo que estamos haciendo en este
momento por ustedes mi señora y yo es ilegal. Así es la ley, nosotros no
tenemos por qué tenerte aquí y mucho menos a los hijos de tu patrona, por lo
que te voy a agradecer, si tú o la niña, que ya se ve grandecita y como que ya debe razonar bien,
saben algún número de teléfono, háblenle ahorita mismo a algún familiar, a
algún amigo, qué se yo, a algún conocido, alguien de fiar, y cuéntenle lo que
está pasando, para que vengan rápido por ustedes. Además, si no hay nadie que
saque la cara por ustedes, la policía los va a encerrar en la cárcel. ¿Verdad
que no quieres que tú y los niños vayan a parar a la cárcel? Entonces, mira,
ahí está el teléfono, hablen rápido para que vengan por ustedes.
-¡Ay, señor, por diosito no me asuste!, ¡santísima virgen
María, madre de los desamparados, consuelo de los afligidos, no nos
desfavorezcas, madre santa!, en plena histeria se puso a implorar Jerónima, lo
que provocó que Pera y Toñito corrieran hacia ella y en centésimas de segundo
procedieran a marcar los números telefónicos de la abuela y de la tía Ana.
Viéndolos de reojo, el matrimonio se increpaba, discreta, pero evidentemente,
por su inicial reacción humana, caritativa, solidaria, y la retahíla de consecuencias que ello podría
atraerles, sino es que ya se las había atraído. El hombre y la mujer se echaban
miradas flamígeras, al tiempo que con las yemas de sus índices se señalaban
mutuamente como culpables primigenios de una reacción emotiva, pero
irresponsable.
Después de varios intentos, Pera y Jerónima lograron comunicarse,
primero con Ana Videgaray, y después con Esperanza Salas. Esta última no perdió
la oportunidad de meterle una fortísima regañada a Jerónima por la hora de la
llamada, el escándalo que había hecho sin necesidad y el descrédito en que
había dejado la honra de la familia Videgaray. No omitió amenazarla con el
despido. Por su parte, también molesta e incrédula al principio, la tía Ana
pidió hablar con el vecino (de nombre Jorge Santoyo) que les dio cobijo a la
angustiada sirvienta y a los aterrorizados menores. Luego de cuestionarlo sobre
la veracidad de los dichos de Pera y Jerónima, le agradeció sus buenos oficios
y le aseguró que estaría allí lo más rápidamente posible y que él y su esposa tenían
razón de no querer meterse en problemas con su hermana ni con las autoridades,
por lo que ya debía sacar a Jerónima y a los niños a la calle, dado que se
ocuparía de ellos la policía, en tanto ella arribaba.
El acuerdo miserable se llevó a la práctica de inmediato
y de esta forma abandonaron el refugio de los Santoyo. Afuera varios vecinos
habían formado un corrillo, pues ayes de dolor, insultos y todo tipo de ruidos
continuaban, aunque menos sonoros y ya intermitentes.
Un haz de luz proveniente de una patrulla que accedió a
Cerrada de Hamburgo sin sirena alguna y muy despacio, iluminó como si fuera
pantalla cinematográfica la alta pared de ladrillos rojos que en el fondo
interrumpía toda circulación de vehículos y peatones. El auto policiaco se
detuvo exactamente en la casa de Esperanza Videgaray, marcada con el número 1,
y la que estaba frente a ella, marcada con el número 2. Del lado izquierdo de la Cerrada la
numeración era impar y par la del lado derecho. Apenas acababan de apagar
los policías el motor, cuando retumbó
por todos lados el ulular de las sirenas abiertas de otras tres patrullas que
una tras otra se colocaron detrás de la
primera que llegó y obviamente en medio de ambas filas de autos particulares estacionados
en los cajones que correspondían a cada
casa.
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