viernes, 18 de enero de 2013

Entrega 52



 CAPITULO 5

-Con cuidado, Toñito, no vayas a lastimar a tu mamá, nomás dale un beso y te bajas, porque nos tenemos que ir, ya van a cerrar, le dijo Jerónima al niño mientras lo cargaba por encima de la cama en que convalecía Esperanza. A regañadientes y contra su voluntad el niño le besó un cachete. Verdaderamente le provocaba asco. A Esperanza la víspera le habían ligado las trompas de Falopio. Optó por dicha intervención quirúrgica tras haberse llevado tremendo susto al retrasársele la regla más de lo normal en noviembre, luego de varios coitos de “despedida” con Armando Castañeda durante todo octubre, ante su inminente reconciliación con su ex marido Antonio Ruiloba.
Nada le había importado la tranquiza que le puso Castañeda el Día de la Independencia, ni el penoso escándalo a que dio lugar, ni que por ello su casera le haya informado que no iba a renovarle el contrato de arrendamiento a petición de todos los vecinos de Cerrada de Hamburgo, ni que por los misteriosos oficios del padre José Franco y del Chino Joe había aceptado viajar próximamente a Los Angeles para hablar con Toño Ruiloba y acordar los términos de su reconciliación. Mucho menos sus hijos, sólo satisfacer su prurito sexual inacabable, insaciable.
Tomada la decisión en su interior de que iba a intentar por última vez volver a vivir con Antonio Ruiloba, del que también siempre decía, además de maldiciones, que no lo podía olvidar, que se lo había arrancado del corazón, que era muy simpático, que tenía conversación, que si esto y que si lo  otro, Esperanza Videgaray no halló óbice alguno para agasajarse por una prolongada última vez con el pene y los testículos de Armando Castañeda. Así, continuó mandándole regularmente con la portera de Vizcaínas, doña Licha, sus pagos por adelantado. Aquél, a cambio, siguió prestándole religiosamente el servicio de satisfacción sexual, aunque con dos reglas radicales: una, ya siempre en hoteles de paso, jamás en Cerrada de Hamburgo. Para ello, iban al Shirley Courts de Avenida Sullivan o al Dawn Motor Hotel en la salida a Toluca. La otra, se presentaban y se mantenían sobrios para tener sexo, sin ni una sola gota de alcohol.
Todas las semanas de octubre así lo hicieron, hasta que en la primera semana de noviembre y luego en la segunda Esperanza no regló, por lo que entró literalmente en pánico. Hasta la tercera le llegó “Pepe Rojo”, y un ginecólogo le dijo que no había embarazo alguno y que la única manera segura de evitar uno en el futuro, era que se sometiera a una salpingoclasia. Decidida a no sufrir otro susto de esa índole, se internó para ello en un hospital de arquitectura afrancesada y puertas, ventanas y mobiliario  pintados de blanco que estaba en la Calle de Orizaba, a dos cuadras de la hermosa Plaza Río de Janeiro, en la inicialmente soberbia y luego venida a menos Colonia Roma.
 A  sus hijos y a su sirvienta les dijo que le iban a abrir la panza, por lo que le dejó a Jerónima dinero para la comida de los días en que estaría ausente, que no fueron muchos, pero que les cayeron como bendición del cielo a la morenita hidalguense, así como a Pera y Toñito. Como el Cine Balmori estaba muy cerca del hospital, los tres afortunados a veces salían del nosocomio y se iban derechito a la función de moda. En otras ocasiones se metían a la iglesia de la Sagrada Familia, que les quedaba en camino a la casa, para “ver” dónde se habían casado en 1940 los papás de Pera y Toñito.

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