Los niños eran así también inducidos a soñar despiertos
por esa mujer de suave y muy bien cuidada piel blanca, gordísima cincuentona
que sufrió tres abortos y jamás pudo tener un hijo, lo que a la larga se
convirtió, para fortuna de Pera y Toñito, en la obsesión de su vida: ser madre.
Por ese deseo insatisfecho por la naturaleza, los hijos de Esperanza Videgaray
y Antonio Ruiloba hallaron breves e intensos remansos de paz y amor dentro de
su malhadado destino. Pero esos instantes de vida buena los pagaban muy caros,
al cuádruple, al quíntuple, cuando volvían a su realidad. La doble suerte, la
doble vida, la comparación entre ambas, el no poder asirse plenamente a la
bella, a la normal, a la deseable, se tornaba en martirio adicional. Tener y no
tener era la amargura de ambos.
Todos esos recuerdos y pensamientos cruzaron por la
cabeza de Toñito (y tal vez de Pera también) ahí dentro de esa iglesia, las
veces que fueron con Jerónima.
Caída la tarde, ya oscurecido, regresaban a Cerrada de
Hamburgo, luego de surtirse de tamales de dulce para Pera, rojos para Jerónima
y verdes para Toñito. De a tres por piocha, como se lo rogaban los hermanos a
la buena gente de Jerónima, ahí, pegaditos los tres al carrito de los tamales,
mientras la cola de clientes empezaba a formarse. Luego, en la cocinita de la
casa, mientras el papel periódico en que venían envueltos quedaba empapado por
el calor que desprendían y transmitía ese olor tan suyo -hasta sabroso podría
decirse-, y el café negro -bien cargado como le gustaba a Jerónima- empezaba a
soltar su hervor, llenando el ambiente de su vapor tan grato al olfato, para no
fallar empezaba el pleito de todas las veces entre Pera y Toñito:
-¡No, déjalo! ¡A mí me toca, tú lo prendiste la última
vez, suéltalo! ¡Jero, mírala, dile a esta mensa que lo suelte! ¡Te voy a
morder….pendeja!
-¡Aaayyy!, gritaba Pera y soltaba, para variar, el radio Philips
negro que en abonos mensuales de
veinticinco pesos todavía no acababa de pagar Jerónima, al tiempo que Toñito
preparaba la mandíbula para asestarle otro mordisco a su hermana, que mejor
salía por peteneras y así evitaba otra mordida del escuincle tan caprichudo.
-¡Ya, ya ‘tá bueno! Ni tú ni él, lo voy a prender yo,
luego ni saben encontrar la estación y va bien empezada la radionovela.
Acuérdense, ayer se quedó en que ya estaban rodeando el monte y quieren
encontrar a Juan. Si lo agarran, pos ora si lo matan. El suspenso que les trajo
a la memoria esta indígena pura del Valle del Mezquital, bastó para que los hermanos
fumaran ipso facto la pipa de la paz, pues estaba más padre, más interesante
que nunca, y con el desenlace ya próximo, la trama de una de las dos
radionovelas de media hora de duración
que cada que podían escuchaban en la radio. Es decir, cada que su madre no se
embriagaba sola o acompañada y les echaba a perder la fiesta hasta bien entrada
la noche e inclusive hasta la madrugada misma. Joe y Marge Dunkley, Rupert y
Diana Young, Arni Himanen, Nils Paulsen, Herta Woolverich, Antonio Medrano, Joe
y Rosita Mulayo, Eduardo del Trigal y el mismísimo Víctor Gómez sabían lo que
era amanecer bien crudos en Cerrada de Hamburgo, y todos por igual elogiaban
siempre los huevos rancheros, con harto chile verde del más picante, que
Jerónima les preparaba como un vuelve a la vida.
Los días que Esperanza estuvo en el hospital para nada su
madre o su hermana Ana la fueron a ver, tampoco preguntaron por ella ni se
ocuparon de sus hijos. Sólo hasta que regresó a Cerrada de Hamburgo, como dos o
tres días después se le presentó de visita una noche Ana. Estando en la sala
las dos hermanas y los primos Nachín, Ana Rita, Pera y Toñito, sin el menor
recato la recién operada se levantó del sofá y sin decir agua va se alzó la
falda, buscó la ubicación precisa con la mano y le enseñó a su hermana dos
hoyos que descendían verticalmente del ombligo.
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