Gloria,
Blanca y Esperanza podrían diferir en todo, menos en una sola cosa, que se
convertía en el amasijo de su profunda amistad: su odio firme e inveterado a
los hombres. Las tres coincidían en que habían sido víctimas de la ruindad
masculina y en que las mujeres eran seres muy superiores a ellos y que sólo por
carecer de su fuerza física tenían que soportar sus golpes y humillaciones,
pero también, según la aportación filosófica de Blanca, “por pendejas, por
abrirnos de patas”.
-¡Pero qué
estúpida fuiste, si todo está clarísimo!: el cabrón no tiene lana pa’ empedarse
y pa’ coger, ¡por eso te buscó!, le gritó Blanca a Esperanza.
-¡Claro!, si
regresa a México yo a ti ni te conozco, aquí no se te ocurra traerlo, ¿ya se te
olvidó cuando le metiste una patada en los huevos porque te iba a madrear?,
apoyó Gloria a Blanca, mientras Esperanza se mesaba los cabellos, muy
confundida y aturdida por sus dos amigas.
Empezaba a
enojarse consigo misma, pues ya no podría desandar el camino: ya le había dado
dinero más que suficiente a su ex marido para que finiquitara todo en Los Angeles
y regresara cuanto antes a México; ya habían pasado ambos unos días
maravillosos con Pera; ya se le había contado a Toñito que como todos los niños que conocía, tenía
igual que ellos un padre y éste estaba a punto de llegar a México. Y lo que era
peor: como Hernán Cortés, había quemado sus naves, pues en la larga y caliente
“despedida”, le había exigido a Castañeda que desapareciera para siempre de su
vida, asegurándole que era un hecho irreversible su reconciliación con Toño
Ruiloba, ya que inclusive se iban a casar nuevamente antes de que empezara la
primavera de 1953.
Y no se diga
el disgusto que tuvo que sobrellevar, debido a la buena tajada de billetes que
el padre Franco finalmente le sacó por su intervención. Además el Chino Joe, el
gran cuate de Ruiloba, la iba a convertir en el hazmerreír de todo mundo cuando
se fuera de la lengua y, cierto o falso, empezara a vociferar (no hablaba,
realmente vociferaba) que Toño, tan campante, seguía empedándose y cogiéndose a
cuanta puta quería, y Esperanza, tan pendeja, lo seguía manteniendo a pesar de
que le ponía el cuerno.
Esperanza se
contuvo y no les replicó nada a Gloria y a Blanca. Siguieron platicando de todo
el asunto sin que variara en lo más mínimo la postura de las dos amigas, aunque
no perdían oportunidad alguna para interrogar a Esperanza sobre el más nimio
detalle de su viaje a Los Angeles, saciando de paso su curiosidad sobre cuántos
coitos había logrado en tan pocos días con Ruiloba.
Como el
tiempo pasaba y no paraban de repetir con las mismas palabras iguales ideas, ni
cuenta se dieron que Glorita, Cecilia, Pera y los tocayos se les unieron, pero
para algo muy distinto: tenían hambre, eran más de las tres de la tarde, y sólo
querían que los llevaran a comer o ahí les sirvieran, ¡pero ya! Los sábados
Gloria Cuevas no contaba con sirvienta, y tanto ella como Blanca y Esperanza
eran bastante ineptas para las labores
propias de las amas de casa, por lo que rápido optaron por irse a un restaurante
y así inició una nueva discusión, ahora entre la gente menuda, a la que le
dieron la oportunidad de escoger a cuál: al María Bárbara, que estaba a una
cuadra de distancia y era famoso por sus ricas enchiladas de mole; o al
Nacatamal, con sus deliciosos tamales oaxaqueños; o al Hamburger Heaven, que
preparaba las mejores hamburguesas de todo México.
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