El Nacatamal y el Hamburger Heaven eran
contiguos en un feo edificio pintado de gris ataúd, que ocupaba toda la esquina
de las Avenidas Monterrey y Oaxaca, en la Colonia Condesa. Por unanimidad la
chiquillería desechó al María Bárbara por su cercanía (mientras más lejos
mejor, para así alargar la reunión y quebrar
la rutina sabatina de los cinco), pero acto seguido sobrevino un
increíble empate entre los cinco, ya que Glorita y Pera votaron por el
Nacatamal, pero Cecilia y su hermano lo hicieron por el Hamburger Heaven,
saliendo Toñito Ruiloba (quien había quedado con el voto decisorio) con una de
sus necedades típicas y muy frecuentes: que le daba igual ir a cualquiera de
los dos restaurantes, ya que no prefería a uno sobre el otro. De ese macho no
lo sacaron las tres, cuatro y hasta cinco veces en que fue exigido de votar.
A diferencia
de los otros cuatro niños a los que les
gustaban más los tamales que las hamburguesas y viceversa, a Toñito lo que en
verdad le encantaba era ir a ese horrible edificio, no importándole a cuál de
los dos restaurantes que albergaba, pero sí que se sentaran en alguna de las
mesas que tenían ventana, para ver no a la gente que transitaba por la banqueta
o a los coches que circulaban por la calle, sino simplemente para mirar a
través de las claraboyas que hacían las veces de ventanas.
Construido
sobre un terreno triangular, su esquina de Monterrey y Oaxaca simulaba la proa
de un barco y sus tres hileras de claraboyas sobre el muro que daba a la
Avenida Oaxaca, su babor. A Toñito sencillamente le fascinaba. Nunca había
estado en el mar ni mucho menos se había subido a un buque, pero más que las
películas de vaqueros, las de piratas o de batallas navales eran las que le
obsesionaban. En ese edificio no se cansaba de admirar la dorada y brillante
redondez de la claraboya más cercana, el grosor incomparable de su doble
cristal y la manija también áurea que la abría y cerraba.
Estar ahí le
facilitaba el soñar despierto, la herramienta más a la mano con que siempre
contaba para fugarse de la realidad. Este mecanismo de defensa psicológico
usualmente lo aislaba del mundo que lo rodeaba, brindándole reposo y alivio a
su dura cotidianeidad. Desgraciadamente por su terquedad ya no soñaría esta
vez, esa tarde.
-¡Vámonos!,
les ordenó Esperanza con voz imperiosa a sus hijos, que no tuvieron más remedio
que obedecerla.
-¡Oye,
espérate, no seas así!, sin éxito le rogó Gloria Cuevas.
-¡Sí, manita,
ya habíamos quedado!, ¡fíjate cómo están emocionados todos los escuincles!,
intervino Blanca también.
-¡No, para
tragar tienen su casa! ¡Adiós!, y Esperanza cortó así toda posibilidad de
reconsiderar su agresiva decisión y de que Blanca y Gloria pudieran insistirle.
Glorita,
Cecilia y Toñito Bernal se quedaron en ascuas y Pera recriminó con su mirada y
el movimiento de su cabeza a su hermano, quien por su torpeza y negligencia
provocó la reacción violenta de Esperanza Videgaray, la cancelación de un buen
rato con los demás infantes y, sobre todas las cosas, la elevada probabilidad
de que llegando a Cerrada de Hamburgo empezara de nuevo la consabida borrachera
de su madre y nuevas horas de tormento y desvelo para ellos. Toñito quería
ahorcarse por la estupidez cometida. Se le llenaron sus ojitos de lágrimas y se
apoderó de él un sentimiento de culpa. Se le olvidaba, imposible que
entendiera, que tan sólo contaba con seis años de edad. El enfrentar de manera
tan cruel la realidad de su vida, no lo liberaba en lo absoluto de, a veces,
actuar como niño, ¡ser niño!
El 28 de diciembre, Día de los Santos
Inocentes, Pera cumplió once años de edad. Se acabó diciembre. Llegó enero de
1953. El día 13 Toñito cumplió siete años de edad. Se acabó enero. Llegó
febrero. En su primera semana Toñito ingresó al primer año de primaria en el
Colegio del Tepeyac, de padres benedictinos estadounidenses y ubicado hasta la
lejana Colonia Lindavista, en Avenida Callao 842.
Diciembre, enero, febrero…..Antonio Ruiloba
González Misa no apareció. Tampoco escribió, ni telegrafió, ni telefoneó.
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