CAPITULO 6
Embebido de
la tonadilla pegajosa que acababa de escuchar en una estación de radio, Toñito
cantaba con mucho énfasis el jingle de uno de los refrescos de moda que la mercadotecnia había
impuesto a los niños para que lo consumieran y
a sus papás para que lo
compraran: “Los pollitos dicen pío, pío, pío/cuando tienen hambre, cuando
tienen frío/ Los niñitos dicen PEP, PEP, PEP/cuando tienen ganas de apagar la
sed/”.
-Ya
atarantas Toñito, ya párale, se oyó el grito furioso, desesperado de Jerónima,
quien para acabarla de amolar andaba bien atrasada en el quehacer.
-Los
pollitos……..fue la “cortés” respuesta del niño, que iniciaba así el décimo o
undécimo minuto consecutivo de su canto recio, aunque desafinado. De pronto se
escuchó que sonaba el timbre de la puerta de la calle. Jerónima recargó en un
sillón la escoba con la que estaba barriendo, salió de la sala y abrió la
puerta. Desde el rellano de la escalera, Toñito soltó la retahíla de datos que
se había memorizado sobre el departamento número 4 que se ofrecía en renta en
la vecindad que Esperanza poseía en la Calle de Guanajuato, en la Colonia Roma:
“el departamento 4 está muy bien ventilado y cuenta con su lavadero propio,
también pintado con el número 4 en la azotea; si no trae fiador que sea
propietario en el Distrito Federal y su propiedad no esté registrada en el
Registro Público de la Propiedad ni muestre las dos últimas boletas de predial
y la del agua, re, re, res, res, res….pectivamente, respectivamente, perdón, no
se le va a rentar y por favor no insista ni nos haga perder el tiempo; son dos
meses de renta por adelantado y todo lo demás se lo puede decir el señor
Alfonso, que es el portero, y tóquele en el número 12; el departamento no tiene
humedad y renta……”
-¡Toñito,
cállate!; ¡cállate, es mi papá!; ¡mi
papá, Toñito!, le gritó feliz de la vida, emocionadísima, Pera a su locuaz
hermano en el instante mismo en que se asomó por la ventana de la recámara de
su madre y se percató de la figura baja y menuda de su progenitor.
La niña
parecía que volaba, que no pisaba los peldaños de la empinada escalera, hasta
que llegó, o mejor dicho se impactó contra Antonio Ruiloba, al que empujó hacia
atrás por el impulso que llevaba. Padre e hija se fundieron literalmente en un
largo y amantísimo abrazo. Ruiloba se doblaba hacia abajo para alcanzar el
rostro de su hija y llenarlo de besos, mientras que ésta se alzaba de puntillas
lo más que podía para hacer lo propio con la cara de su padre. Atónitos, sin
decir nada, Jerónima a un lado de la puerta y Toñito desde el rellano de la
escalera, observaban la escena.
Después de
unos tres o cuatro minutos, padre e hija
reaccionaron y voltearon hacia el niño que los observaba sin pestañear.
-¡Baja Toñito!,
¡ven!, ¡ven a saludar a papi!, invitó Pera a su hermano, quien no salía de su
estupor y no sabía qué hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario