martes, 29 de enero de 2013

Entrega 63



CAPITULO 6
 Embebido de la tonadilla pegajosa que acababa de escuchar en una estación de radio, Toñito cantaba con mucho énfasis el jingle de uno de los  refrescos de moda que la mercadotecnia había impuesto a los niños para que lo consumieran y  a sus papás  para que lo compraran: “Los pollitos dicen pío, pío, pío/cuando tienen hambre, cuando tienen frío/ Los niñitos dicen PEP, PEP, PEP/cuando tienen ganas de apagar la sed/”.
-Ya atarantas Toñito, ya párale, se oyó el grito furioso, desesperado de Jerónima, quien para acabarla de amolar andaba bien atrasada en el quehacer.
-Los pollitos……..fue la “cortés” respuesta del niño, que iniciaba así el décimo o undécimo minuto consecutivo de su canto recio, aunque desafinado. De pronto se escuchó que sonaba el timbre de la puerta de la calle. Jerónima recargó en un sillón la escoba con la que estaba barriendo, salió de la sala y abrió la puerta. Desde el rellano de la escalera, Toñito soltó la retahíla de datos que se había memorizado sobre el departamento número 4 que se ofrecía en renta en la vecindad que Esperanza poseía en la Calle de Guanajuato, en la Colonia Roma: “el departamento 4 está muy bien ventilado y cuenta con su lavadero propio, también pintado con el número 4 en la azotea; si no trae fiador que sea propietario en el Distrito Federal y su propiedad no esté registrada en el Registro Público de la Propiedad ni muestre las dos últimas boletas de predial y la del agua, re, re, res, res, res….pectivamente, respectivamente, perdón, no se le va a rentar y por favor no insista ni nos haga perder el tiempo; son dos meses de renta por adelantado y todo lo demás se lo puede decir el señor Alfonso, que es el portero, y tóquele en el número 12; el departamento no tiene humedad y renta……”
-¡Toñito, cállate!;  ¡cállate, es mi papá!; ¡mi papá, Toñito!, le gritó feliz de la vida, emocionadísima, Pera a su locuaz hermano en el instante mismo en que se asomó por la ventana de la recámara de su madre y se percató de la figura baja y menuda de su progenitor.
La niña parecía que volaba, que no pisaba los peldaños de la empinada escalera, hasta que llegó, o mejor dicho se impactó contra Antonio Ruiloba, al que empujó hacia atrás por el impulso que llevaba. Padre e hija se fundieron literalmente en un largo y amantísimo abrazo. Ruiloba se doblaba hacia abajo para alcanzar el rostro de su hija y llenarlo de besos, mientras que ésta se alzaba de puntillas lo más que podía para hacer lo propio con la cara de su padre. Atónitos, sin decir nada, Jerónima a un lado de la puerta y Toñito desde el rellano de la escalera, observaban la escena.
Después de unos tres  o cuatro minutos, padre e hija reaccionaron y voltearon hacia el niño que los observaba sin pestañear.
-¡Baja Toñito!, ¡ven!, ¡ven a saludar a papi!, invitó Pera a su hermano, quien no salía de su estupor y no sabía qué hacer.

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