Había
ingresado al primer grado de primaria a inicios de febrero anterior y estaba
como alumno de medio internado, pues de lunes a viernes entraba a clases a las
8 de mañana, comía a la 1:30 de la tarde en el comedor del colegio y a las 4:30
salía de clases. El camión lo dejaba en la esquina de Cerrada de Hamburgo más o menos como a las 6,
pero ese primer viernes de marzo llegó hasta las 7, pues un accidente
automovilístico a la bajada del puente de Nonoalco creó un verdadero caos vial
sobre Insurgentes Norte. A Toñito, así como a todos los estudiantes que
viajaban en ese camión número 8, les encantaba ascender y descender dicho
puente, ya que desde su punto más alto se tenía una vista panorámica de la
estación central de los ferrocarriles, con su sala de espera, su patio de
maniobras, su casa redonda, los andenes, cuatro o cinco vías paralelas que
enseguida se disolvían en un sinnúmero de ramales. Era todo un espectáculo al
que se añadían las nubes de vapor que salían de las calderas y luchaban por
llegar hasta el cielo, así como los inconfundibles y potentes sonidos que
emitían los silbatos de las locomotoras.
Al bajar del
camión ya lo estaban esperando ahí en la esquina su papá, su mamá, su hermana y
Jerónima, pues a todos les tenía preocupados la tardanza en su llegada a la
casa, y cuando Ruiloba telefoneó al colegio para averiguar qué sucedía con el
autotransporte que no aparecía, nada le supieron informar, pues ignoraban lo
del accidente. La cosa no pasó a mayores, pero Toñito sudó frío, pues imaginó
que al pobre chofer se le iba a aparecer el mismísimo Lucifer y que él pasaría
una tremenda vergüenza por el consabido escándalo que su madre iba a armar
enfrente de todos los niños, la “miss” que los cuidaba y don Chucho, el
conductor del 8.
En lugar del
escándalo imaginario, el niño se topó con
que Pera fue la primera en decirle que al día siguiente, el sábado, se
iban a ir muy tempranito con sus papás a Cuernavaca, al Hotel Chula Vista que
tanto les gustaba y que regresarían hasta el domingo en la noche. Su papá lo
iba a ayudar ahorita mismo con la tarea,
mientras ella y Jerónima le hacían su maleta con su traje de baño, su velero,
sus sandalias y hasta el salvavidas nuevo para que no se ahogara si se metía a
la alberca para adultos del hotel.
Efectivamente
Ruiloba acabó haciéndole la tarea a Toñito, y Pera y Jerónima la maleta, pero
el sábado jamás salieron temprano. Al menos no a Cuernavaca, aunque sí a
Mayorga, a la casa de los Mulayo, pues en otra noche de arrumacos y
reconciliación sexual, Esperanza y Antonio coincidieron en que tanta dicha
recobrada se debía en parte a la intervención del Chino Joe, por lo que en
agradecimiento le iban a dar la sorpresa de recogerlos a él y a Rosita y
llevárselos “secuestrados” a la suite más cara que tuviera el
Chula Vista, para que fueran atendidos a cuerpo de rey y se bebieran
todo el licor del Estado de Morelos ese fin de semana.
Sólo que el
plan tuvo una ligera modificación. Antes de las diez de la mañana ya estaban
Esperanza y Ruiloba timbrando en el departamento de Joe y Rosita, pero nadie
abrió la puerta ni se asomó por alguna de sus hermosas bay windows, por lo que
les pidieron a sus hijos que fueran con don Lucio para llamarle por teléfono al
filipino. Sin embargo, cuando Pera y Toñito descolgaron el teléfono público de La Opera para llamar a casa de
Joe, sin saber cómo ni en qué momento su papá se apareció y ya estaba ahí en el
mostrador pidiendo cuatro cervezas, al tiempo que su mamá estacionaba el Ford
exactamente en la mera esquina, en la mera entrada de esa bien surtida tienda
de abarrotes. Inclusive, Esperanza se dio el lujo de subir parte del carro a la
banqueta.
Los niños
llamaron sólo una vez por teléfono, pues cuando iban nuevamente a hacerlo,
escucharon que don Lucio le decía a su padre que Joe y su esposa se habían ido
desde el jueves a Puebla. Cruzaron entonces miradas de resignación y
entendieron que no iba a haber ni Chula Vista, ni Cuernavaca, ni nada que se le
pareciera, sólo la vocación etílica de sus procreadores, por igual egoístas,
por igual mentirosos.
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