La cara de
pena que Jerónima traía el domingo, afortunadamente día de su salida, día de su
descanso semanal, no le permitía desviar la vista del piso. Ni a Toñito le dio
los buenos días cuando éste saliendo del baño se la encontró. Antes de las ocho
de la mañana, contra su costumbre, ya estaba en la calle. Por ello mismo tuvo que
esperar como una hora en la esquina a Juan, el albañil. Con él llevaba tres
domingos seguidos de ir a la Basílica de Guadalupe y al cine, pero todavía no
se le “declaraba”, pues era medio “güey”, según ella le confesaba a los únicos
confidentes que tenía y que no eran otros que Pera y Toñito, tanto en Cerrada
de Hamburgo, primero, como en Montañas Rocallosas 516, después, luego de que
Esperanza compró en agosto de 1953, en 250 mil pesos, la bonita casa también de
estilo californiano, que en tal dirección acababa de ser construida. El
californiano era el estilo arquitectónico de moda en las zonas residenciales
más exclusivas de la Ciudad de México. Los niños, a su vez, no tenían más
protección ni paño de lágrimas que Jerónima, hubiere o no hubiere Ruiloba de
por medio.
Entre el día
de su llegada de Estados Unidos, en marzo, y el último y definitivo pleito de
Ruiloba con Esperanza, en julio, corrieron sólo cuatro meses. Durante esos
ciento veinte días la mayor parte del tiempo Antonio durmió en un hotelucho de
la Avenida Chapultepec, a dos cuadras de la Ciudadela, pues los dos acaso
lograban no discutir ni insultarse por periodos no mayores de cuarenta y ocho
horas. En alguna ocasión, yendo a comer al lejano restaurante Mesón del Caballo
Bayo, a medio camino la pareja comenzó a pelearse y manotearse, y Ruiloba se
bajó intempestivamente del Ford que él iba conduciendo. A pesar de que sus
hijos estaban en el asiento trasero, recogió unas piedras del pavimento y las
lanzó contra el parabrisas, estrellándolo. Pero cuarenta y cinco minutos más
tarde alcanzó en ese restaurante a los niños y a Esperanza y, entre tequila y
tequila, ambos ex esposos acabaron reconciliándose y besuqueándose sin parar,
no importándoles que el local estaba lleno hasta el tope y que se habían
convertido en la atracción del resto de comensales, que así gratuitamente
gozaron de un espectáculo adicional al tradicional de los mariachis. Pera y
Toñito nunca sabían cómo iba a terminar el día con el par de locos que tenían
por padres.
Así
transcurrían siempre los días y las semanas, con la dinámica del
pleito-reencuentro-pleito, en la más auténtica incertidumbre, hasta que arribó
el jueves 16 de julio, fecha en la que después de golpear a Esperanza en la
mañana y salirse de Cerrada de Hamburgo, Ruiloba volvió por la noche, como
ocurría casi en todas las ocasiones para buscar hacer las paces, sólo que
entonces se llevó la sorpresa de su vida: Armando Castañeda.
Y es que
tras ser golpeada, y segurísima de que por la noche regresaría su ex marido a
pedirle perdón, Esperanza fue en busca de doña Licha y mediante ésta Castañeda
recibió un recado y un sobre rechoncho de billetes de diferentes
denominaciones. Por el escándalo matutino, muy tempranero, pues ocurrió como a
las seis de la mañana, los niños ya no pudieron ir a la escuela. A decir
verdad, su asistencia en el Americano, el Garside, el Columbia y el Tepeyac era
irregular y muchas veces Esperanza tenía que atender citatorios en las
direcciones escolares respectivas, donde era reconvenida por violar los
reglamentos y advertida de que sus hijos podrían ser expulsados.
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