sábado, 9 de febrero de 2013

Entrega 74



La cara de pena que Jerónima traía el domingo, afortunadamente día de su salida, día de su descanso semanal, no le permitía desviar la vista del piso. Ni a Toñito le dio los buenos días cuando éste saliendo del baño se la encontró. Antes de las ocho de la mañana, contra su costumbre, ya estaba en la calle. Por ello mismo tuvo que esperar como una hora en la esquina a Juan, el albañil. Con él llevaba tres domingos seguidos de ir a la Basílica de Guadalupe y al cine, pero todavía no se le “declaraba”, pues era medio “güey”, según ella le confesaba a los únicos confidentes que tenía y que no eran otros que Pera y Toñito, tanto en Cerrada de Hamburgo, primero, como en Montañas Rocallosas 516, después, luego de que Esperanza compró en agosto de 1953, en 250 mil pesos, la bonita casa también de estilo californiano, que en tal dirección acababa de ser construida. El californiano era el estilo arquitectónico de moda en las zonas residenciales más exclusivas de la Ciudad de México. Los niños, a su vez, no tenían más protección ni paño de lágrimas que Jerónima, hubiere o no hubiere Ruiloba de por medio.

Entre el día de su llegada de Estados Unidos, en marzo, y el último y definitivo pleito de Ruiloba con Esperanza, en julio, corrieron sólo cuatro meses. Durante esos ciento veinte días la mayor parte del tiempo Antonio durmió en un hotelucho de la Avenida Chapultepec, a dos cuadras de la Ciudadela, pues los dos acaso lograban no discutir ni insultarse por periodos no mayores de cuarenta y ocho horas. En alguna ocasión, yendo a comer al lejano restaurante Mesón del Caballo Bayo, a medio camino la pareja comenzó a pelearse y manotearse, y Ruiloba se bajó intempestivamente del Ford que él iba conduciendo. A pesar de que sus hijos estaban en el asiento trasero, recogió unas piedras del pavimento y las lanzó contra el parabrisas, estrellándolo. Pero cuarenta y cinco minutos más tarde alcanzó en ese restaurante a los niños y a Esperanza y, entre tequila y tequila, ambos ex esposos acabaron reconciliándose y besuqueándose sin parar, no importándoles que el local estaba lleno hasta el tope y que se habían convertido en la atracción del resto de comensales, que así gratuitamente gozaron de un espectáculo adicional al tradicional de los mariachis. Pera y Toñito nunca sabían cómo iba a terminar el día con el par de locos que tenían por padres.
Así transcurrían siempre los días y las semanas, con la dinámica del pleito-reencuentro-pleito, en la más auténtica incertidumbre, hasta que arribó el jueves 16 de julio, fecha en la que después de golpear a Esperanza en la mañana y salirse de Cerrada de Hamburgo, Ruiloba volvió por la noche, como ocurría casi en todas las ocasiones para buscar hacer las paces, sólo que entonces se llevó la sorpresa de su vida: Armando Castañeda.
Y es que tras ser golpeada, y segurísima de que por la noche regresaría su ex marido a pedirle perdón, Esperanza fue en busca de doña Licha y mediante ésta Castañeda recibió un recado y un sobre rechoncho de billetes de diferentes denominaciones. Por el escándalo matutino, muy tempranero, pues ocurrió como a las seis de la mañana, los niños ya no pudieron ir a la escuela. A decir verdad, su asistencia en el Americano, el Garside, el Columbia y el Tepeyac era irregular y muchas veces Esperanza tenía que atender citatorios en las direcciones escolares respectivas, donde era reconvenida por violar los reglamentos y advertida de que sus hijos podrían ser  expulsados.

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