-¡Puta!, fue
lo único que los niños y la mucama escucharon una vez que Antonio, de regreso a
la sala, le gritó a Esperanza, lanzándose sobre de ella y propinándole un par
de fuertes cachetadas. Hecho esto, el hombrecillo se ajustó la corbata, se
abotonó el saco y a paso veloz salió de ahí, sin el menor intento por cerrar la
puerta de la calle, mientras escurría
un hilillo de sangre por la comisura de
los labios de la mujer, quien no por ello dejó de gritarle a todo pulmón
“¡lárgate para siempre y no vuelvas jamás!, ¡cabrón, impotente, epiléptico hijo
de perra!”
Por reacción
natural, Jerónima, sin medir las consecuencias, se dirigió a la puerta y de una
vez la cerró con llave y puso el pasador. Y los niños, igualmente, se
incorporaron para ver completo el cuadro de la madre tirada en el suelo,
pasándose una mano sobre la boca para quitarse la sangre y gritando a más no
poder cuánta picardía le vino a la cabeza.
-¡Pendejos!,
¡lárguense a la chingada!, ¡y tú india pendeja métete en tu cuchitril!, ¡puta
de mierda!, les gritó con todo el odio y rencor del mundo, perfectamente delineados
en su rostro, Esperanza Videgaray Salas. Al parecer, ahora sí definitivamente
se había quedado sin ex marido y sin ex amante.
Libre ya de
toda atadura sentimental y segura (según ella) de haber superado su prurito
sexual, Esperanza se veía de continuo con los Young, los Mulayo, Medrano,
Herta, el Duque de la Obscuridad, Blanca García Travesí, Gloria Cuevas, los
Dunkley, Víctor Gómez, Nils Paulsen y Arni Himanen. Pero de vez en cuando se
aparecía en Cerrada de Hamburgo alguno que otro “maletilla”, para el deleite y
aprendizaje de Toñito, quien no se perdía ni sus palabras ni los detalles de su personalidad que siempre lo impactaban
y dejaban boquiabierto. Los “maletillas”, en el submundo del toro, eran los torerillos
que deambulaban siempre buscando un padrino o una oportunidad de torear y así
llegar a triunfar para abandonar la pobreza.
En las
cantinas de los rumbos de la Plaza México o El Toreo de Cuatro Caminos Tony
Medrano (muy aficionado a la tauromaquia) levantaba, alimentaba y emborrachaba
“maletillas” a cambio de su conversación y compañía, las más de las veces a
costas de la hospitalidad de Esperanza, la que los trataba con admiración y
respeto, siempre dirigiéndose a ellos, por más alcoholizada que estuviera, de
usted y llamándoles invariablemente “maestro” o “matador”
Estos
soñadores con llegar a ser figuras del toreo, que lo único que con seguridad
toreaban día a día eran el hambre y la sed, pronto entendían su papel y lo
ejecutaban con exactitud artística: plasmaban con garbo en la sala cada pase,
cada suerte y los explicaban; platicaban sus experiencias traumáticas; si las
tenían mostraban las cicatrices que alguna vaquilla o algún becerro o algún
novillo les hubieran producido y, si también contaban con ellas, presumían las
fotografías en que aparecían en algún
festival toreando algún novillo enfundados en su parco traje de corto o
en su remendado traje de luces. Pero, sin duda alguna, se convertían en dueños
del escenario y en admiración de los borrachos presentes….y de Toñito igualmente.
De entre
todos los que frecuentaba, Esperanza Videgaray tenía especial aprecio y la
máxima confianza para con Blanca García Travesí. Le parecía que era la amiga
más honesta y la más desinteresada, mucho más que Gloria Cuevas, quien la mitad
del día se la pasaba cazando actores y la otra mitad embelleciéndose al máximo
frente al espejo. A Víctor Gómez sólo lo tenía reservado para sus asuntos
legales y el resto sólo le servían como garantía de muy buenas y alegres
borracheras. Claro está que Joe Mulayo cumplía además el papel del “tío” para
los asuntos familiares y siempre tenía presente que fue el infaltable e
infatigable compañero de parrandas de su padre, el general.
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