Los días que
transcurrieron a partir del sábado 5 de
diciembre sirvieron a los niños para ir comprobando cómo se descaraba más y más
Esperanza. En un momento determinado de plano dejó de cuidar las apariencias y
se los llevó por la carretera a Toluca a recoger a Ignatz Krogman una tarde a
su trabajo. Cuando éste se subió al Ford le enseñó a ella un escrito que leyó
en silencio y tras ello se dieron tremebundo besote. Luego (como no queriendo
la cosa para granjearse a Toñito) se fueron los cuatro al cine Metropolitan a
ver “El príncipe de los piratas”, con John Derek y Bárbara Rush, y después a
cenar al restaurant de Fritz Brack, que estaba a media cuadra de la Avenida
Cuauhtémoc. Allí los niños continuaron en su actitud de silencio absoluto y
casi no probaron alimento, pero atestiguaron la invitación cursada al dueño del
local para que, junto con su acordeón, asistiera a la cena de Navidad en
Montañas Rocallosas. Después de una larga sobremesa con Fritz, ya cerrado el
restaurant, Pera y Toñito, el nuevo amante y su madre se marcharon hasta las
Lomas de Chapultepec. Esa noche durmió allí por primera vez Krogman y tres días
después regresó con sus maletas para quedarse ya a vivir con su ninfómana
mexicana, la que además de inmediato lo sacó de trabajar y se hizo cargo de
todos sus gastos: vestido, comida, atención médica, borracheras, viajes y
diversiones.
Este
afortunado y cínico sujeto, junto con su amigo Martin Hoth, apenas habían
llegado a México a principios de marzo, contratados por una empresa alemana.
Los dos eran meteorólogos y naturalmente fueron enrolados en el ejército de su
país, con tan buena suerte que jamás entraron en acción durante toda la Segunda
Guerra Mundial. Destacados en Strondheim, Noruega, desde el inicio de la
invasión nazi el 9 de abril de 1940, hasta la rendición allí de las tropas de
Hitler el 8 de mayo de 1945, Hoth y Krogman sólo se la pasaban observando y
estudiando el cielo y el viento para posteriormente elaborar cartas y mapas
prospectivos sobre las condiciones y variaciones del clima, para uso de la
Kriegsmarine (Marina de Guerra) y la Luftwaffe (Fuerza Aérea). Presos de los
ingleses al finalizar el conflicto armado, regresaron a Alemania en 1947. A
Ignatz lo más grave que le ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, fue haber
sido contagiado de gonorrea por una puta en Oslo, durante la primera licencia
de cinco días que le dieron.
Su buena
estrella no la tuvo, por ejemplo, su hermano mayor Joseph, destacado en el
frente ruso y del que nunca se supo si murió en combate o se pudrió, como
cientos de miles de teutones, en los campos de concentración soviéticos. Ambos
provenían de una familia de campesinos católicos del norte de Alemania,
concretamente de Lohne, en Oldenburg. Ignatz se sabía de memoria su árbol
genealógico que databa desde 1743 con un tal Johan Heinrich Krogman y presumía
que había leído a todos los clásicos griegos y latinos, a pesar de que por su
formación profesional su atención principal la había enfocado a las matemáticas
y a la física.
Lo que sí es
cierto, es que llegó a México literalmente muerto de hambre. Traía el hambre
muy atrasada, no sólo limpiaba su plato con la lengua, una vez consumido lo que
hubiera contenido, sino que también se terminaba, sin que nadie se lo pidiera,
las sobras de los platos de Esperanza, Pera o Toñito. Verlo “comer”,
sencillamente revolvía el estómago al más pintado. Cuando su pareja,
verdaderamente asqueada y enojada, le decía que no lo hiciera, que se le podía
servir más comida limpia, Ignatz se limitaba a contestar, necio, que los alimentos,
don de Dios, no se debían tirar a la basura.
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