domingo, 17 de febrero de 2013

Entrega 82




Los días que transcurrieron a partir del sábado 5  de diciembre sirvieron a los niños para ir comprobando cómo se descaraba más y más Esperanza. En un momento determinado de plano dejó de cuidar las apariencias y se los llevó por la carretera a Toluca a recoger a Ignatz Krogman una tarde a su trabajo. Cuando éste se subió al Ford le enseñó a ella un escrito que leyó en silencio y tras ello se dieron tremebundo besote. Luego (como no queriendo la cosa para granjearse a Toñito) se fueron los cuatro al cine Metropolitan a ver “El príncipe de los piratas”, con John Derek y Bárbara Rush, y después a cenar al restaurant de Fritz Brack, que estaba a media cuadra de la Avenida Cuauhtémoc. Allí los niños continuaron en su actitud de silencio absoluto y casi no probaron alimento, pero atestiguaron la invitación cursada al dueño del local para que, junto con su acordeón, asistiera a la cena de Navidad en Montañas Rocallosas. Después de una larga sobremesa con Fritz, ya cerrado el restaurant, Pera y Toñito, el nuevo amante y su madre se marcharon hasta las Lomas de Chapultepec. Esa noche durmió allí por primera vez Krogman y tres días después regresó con sus maletas para quedarse ya a vivir con su ninfómana mexicana, la que además de inmediato lo sacó de trabajar y se hizo cargo de todos sus gastos: vestido, comida, atención médica, borracheras, viajes y diversiones.
Este afortunado y cínico sujeto, junto con su amigo Martin Hoth, apenas habían llegado a México a principios de marzo, contratados por una empresa alemana. Los dos eran meteorólogos y naturalmente fueron enrolados en el ejército de su país, con tan buena suerte que jamás entraron en acción durante toda la Segunda Guerra Mundial. Destacados en Strondheim, Noruega, desde el inicio de la invasión nazi el 9 de abril de 1940, hasta la rendición allí de las tropas de Hitler el 8 de mayo de 1945, Hoth y Krogman sólo se la pasaban observando y estudiando el cielo y el viento para posteriormente elaborar cartas y mapas prospectivos sobre las condiciones y variaciones del clima, para uso de la Kriegsmarine (Marina de Guerra) y la Luftwaffe (Fuerza Aérea). Presos de los ingleses al finalizar el conflicto armado, regresaron a Alemania en 1947. A Ignatz lo más grave que le ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, fue haber sido contagiado de gonorrea por una puta en Oslo, durante la primera licencia de cinco días que le dieron.
Su buena estrella no la tuvo, por ejemplo, su hermano mayor Joseph, destacado en el frente ruso y del que nunca se supo si murió en combate o se pudrió, como cientos de miles de teutones, en los campos de concentración soviéticos. Ambos provenían de una familia de campesinos católicos del norte de Alemania, concretamente de Lohne, en Oldenburg. Ignatz se sabía de memoria su árbol genealógico que databa desde 1743 con un tal Johan Heinrich Krogman y presumía que había leído a todos los clásicos griegos y latinos, a pesar de que por su formación profesional su atención principal la había enfocado a las matemáticas y a la física.
Lo que sí es cierto, es que llegó a México literalmente muerto de hambre. Traía el hambre muy atrasada, no sólo limpiaba su plato con la lengua, una vez consumido lo que hubiera contenido, sino que también se terminaba, sin que nadie se lo pidiera, las sobras de los platos de Esperanza, Pera o Toñito. Verlo “comer”, sencillamente revolvía el estómago al más pintado. Cuando su pareja, verdaderamente asqueada y enojada, le decía que no lo hiciera, que se le podía servir más comida limpia, Ignatz se limitaba a contestar, necio, que los alimentos, don de Dios, no se debían tirar a la basura.

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