Más listo
que Hoth y Krogman, Fritz Brack se salió muy a tiempo de Alemania donde
trabajaba como chef e ingresó a México en 1940. Abrió su restaurant
especializado en comida alemana y polaca en la capital de la república y se enriqueció rápidamente. El pequeño local
no sólo era visitado por miembros de la colonia alemana, sino también por
muchísimos mexicanos. Sin la menor duda, su rápido éxito se debió a la combinación
de dos factores: la excelencia de su comida y el don de gentes de Fritz.
Krogman y Hoth conocieron a Brack hasta el día en que entraron a su negocio.
El jueves 24
de diciembre Montañas Rocallosas lucía espléndida. Un enorme árbol navideño se
apreciaba junto al ventanal de la sala y el hogar de la chimenea lograba
iluminarla toda, las veces que apagaban la luz eléctrica para gozar ese
espectáculo. El acordeón de Fritz reproducía las notas musicales de los
cánticos navideños alemanes, que en ocasiones eran acompañados con sus letras
en inglés, muy bien, por cierto, por el grupo coral que ahí nació
accidentalmente, integrado por Pera, Jeanie, Sheila y Diana Young.
No cabía un
alfiler: estaban también Rupert, los Mulayo, Herta, Medrano, Himanen, el
abogado Gómez (quien sólo se tomó una copa y se fue), Martin Hoth, Blanca García Travesí, los Dunkley,
Eduardo del Trigal, Nils Paulsen, Toñito, Krogman, Esperanza y las dos primeras
amigas que, muy jovencita, tuvo en México,
cuando su padre, el general Videgaray, decidió que abandonarían definitivamente San Antonio, Texas: Lola y
Cuquita Romero, solteronas, coquetonas y nalgonas, como las describiría su
enamorado de esa noche, el Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad. Y desde
luego, la pobre de Jerónima, quien trabajó como negra todo ese día y el
siguiente.
El Chino Joe
fue, como siempre, el cocinero oficial y sus ayudantes Toñito y Jerónima, ya
que Pera, transformada por quién sabe qué razón misteriosa, para nada se
despegó toda la velada de Jeanie y Sheila. Fritz tampoco se quedó a cenar y fue
su debut y despedida de Montañas Rocallosas, pues con toda razón y dignidad se
retiró a la primera peladez que Joe le soltó, cuando el chef alemán se acercó a
la cocina a tratar de ayudarlo. Se notó que ahí también se distanció de Hoth y
Krogman.
Krogman se apoderó del papel de señor de la
casa, que por cierto le iba muy mal, y sólo logró un ambiente pesado, denso,
que se podía cortar con cualquier cuchillo. Simplemente no hubo mucha “química”
entre los gringos y los alemanes. Fue la primera vez, además, que Esperanza no
se emborrachó en Navidad, pues le entró duro la fiebre de la moralidad y
durante las tres o cuatro horas que las Romero permanecieron en la casa, las
anduvo vigilando y “cuidando” (Lola tenía 40 años y su hermana 43). Y es que
desde que pisaron la casa, de plano fueron flechadas por Eduardo del Trigal.
Este se las llevó al jardín, al garaje, al patio, a la calle, a cada una de las
tres recámaras y, finalmente ofendidas, no con él sino con su añeja amiga,
telefonearon al sitio de taxis cuando en la oscuridad del sótano Esperanza las
pilló con las faldas enrolladas hasta sus respectivos vientres, jadeantes y
dejándose acariciar y tallar los coños por cada una de las manos del inofensivo
galán, que in situ se llevó tremenda regañada de la anfitriona por……¡inmoral!
El único que
agarró la borrachera como Dios manda fue el filipino, quien hacia la una y
media de la mañana invitó a todos a su departamento, siguiéndolo únicamente
Medrano, Herta, Himanen, los Dunkley y por fuerza su esposa Rosita. Fue el
momento que Hoth y Blanca, la familia Young y Nils Paulsen e inclusive el
apenado Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad, aprovecharon para irse.
Aunque nada se dijo ni se insinuó, para
todos quedó claro que la irrupción de
Krogman en la vida de Esperanza cancelaba (o al menos modificaba) la unión de
ese grupo que tan buenas francachelas había compartido a lo largo de los años.
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