lunes, 18 de febrero de 2013

Entrega 83



Más listo que Hoth y Krogman, Fritz Brack se salió muy a tiempo de Alemania donde trabajaba como chef e ingresó a México en 1940. Abrió su restaurant especializado en comida alemana y polaca en la capital de la república  y se enriqueció rápidamente. El pequeño local no sólo era visitado por miembros de la colonia alemana, sino también por muchísimos mexicanos. Sin la menor duda, su rápido éxito se debió a la combinación de dos factores: la excelencia de su comida y el don de gentes de Fritz. Krogman y Hoth conocieron a Brack hasta el día en que entraron a su negocio.
El jueves 24 de diciembre Montañas Rocallosas lucía espléndida. Un enorme árbol navideño se apreciaba junto al ventanal de la sala y el hogar de la chimenea lograba iluminarla toda, las veces que apagaban la luz eléctrica para gozar ese espectáculo. El acordeón de Fritz reproducía las notas musicales de los cánticos navideños alemanes, que en ocasiones eran acompañados con sus letras en inglés, muy bien, por cierto, por el grupo coral que ahí nació accidentalmente, integrado por Pera, Jeanie, Sheila y Diana Young.
No cabía un alfiler: estaban también Rupert, los Mulayo, Herta, Medrano, Himanen, el abogado Gómez (quien sólo se tomó una copa y se fue), Martin  Hoth, Blanca García Travesí, los Dunkley, Eduardo del Trigal, Nils Paulsen, Toñito, Krogman, Esperanza y las dos primeras amigas que, muy jovencita,  tuvo en México, cuando su padre, el general Videgaray, decidió que abandonarían  definitivamente San Antonio, Texas: Lola y Cuquita Romero, solteronas, coquetonas y nalgonas, como las describiría su enamorado de esa noche, el Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad. Y desde luego, la pobre de Jerónima, quien trabajó como negra todo ese día y el siguiente.
El Chino Joe fue, como siempre, el cocinero oficial y sus ayudantes Toñito y Jerónima, ya que Pera, transformada por quién sabe qué razón misteriosa, para nada se despegó toda la velada de Jeanie y Sheila. Fritz tampoco se quedó a cenar y fue su debut y despedida de Montañas Rocallosas, pues con toda razón y dignidad se retiró a la primera peladez que Joe le soltó, cuando el chef alemán se acercó a la cocina a tratar de ayudarlo. Se notó que ahí también se distanció de Hoth y Krogman.
 Krogman se apoderó del papel de señor de la casa, que por cierto le iba muy mal, y sólo logró un ambiente pesado, denso, que se podía cortar con cualquier cuchillo. Simplemente no hubo mucha “química” entre los gringos y los alemanes. Fue la primera vez, además, que Esperanza no se emborrachó en Navidad, pues le entró duro la fiebre de la moralidad y durante las tres o cuatro horas que las Romero permanecieron en la casa, las anduvo vigilando y “cuidando” (Lola tenía 40 años y su hermana 43). Y es que desde que pisaron la casa, de plano fueron flechadas por Eduardo del Trigal. Este se las llevó al jardín, al garaje, al patio, a la calle, a cada una de las tres recámaras y, finalmente ofendidas, no con él sino con su añeja amiga, telefonearon al sitio de taxis cuando en la oscuridad del sótano Esperanza las pilló con las faldas enrolladas hasta sus respectivos vientres, jadeantes y dejándose acariciar y tallar los coños por cada una de las manos del inofensivo galán, que in situ se llevó tremenda regañada de la anfitriona por……¡inmoral!
El único que agarró la borrachera como Dios manda fue el filipino, quien hacia la una y media de la mañana invitó a todos a su departamento, siguiéndolo únicamente Medrano, Herta, Himanen, los Dunkley y por fuerza su esposa Rosita. Fue el momento que Hoth y Blanca, la familia Young y Nils Paulsen e inclusive el apenado Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad, aprovecharon para irse. Aunque nada se dijo ni se insinuó,  para todos quedó claro que la  irrupción de Krogman en la vida de Esperanza cancelaba (o al menos modificaba) la unión de ese grupo que tan buenas francachelas había compartido a lo largo de los años.

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