jueves, 21 de febrero de 2013

Entrega 86



Cuando el Chino Joe y Rosita iban a Rocallosas, antes de embriagarse le pasaban a Esperanza, estuviera o no Krogman presente, el reporte completo de todo lo que sabían hasta ese instante sobre Antonio Ruiloba, quien al menos una vez por semana aterrizaba en su departamento para libar con ellos como Dios manda, pues les juraba que andaba muy triste y deprimido, porque extrañaba mucho a sus hijos y se había dado cuenta de que seguía enamorado de su ex esposa.
 Hablantín por naturaleza, les había platicado que acababa de rentar un departamento en la Avenida Newton, en la Colonia Polanco, que Alfredo Videgaray se portaba de maravilla con él, pero al que ya no soportaba era a Arnulfo, quien siempre andaba echándole sablazos y amenazándolo con “madrearlo” si no le soltaba el dinero. A su gran cuate Joe, le confesó que su familia le había cerrado totalmente las puertas, que cuando lo necesitó se negaron a prestarle dinero, sobre todo Lupe y Carlos que lo tenían para tirar, por lo que estaba muy sentido con ellos. Esto último ya se lo había platicado también a Pera un sábado que borracho se apareció en el Mercury para “ver” a sus hijos, unos diez minutos en el asiento delantero del auto, antes de llegar a Mayorga con los Mulayo. Esta pareja de ancianos, como nobleza obliga, igualmente lo ponían al tanto sobre lo último que sabían de su ex esposa y el alemán, al que Ruiloba y sus hijos apodaron “la ingle”. El filipino y la chiapaneca se lucían en llevar y traer chismes entre los ex esposos, para así, a costa de ambos, asegurar algunos días de la semana su intoxicación etílica gratuita.
Aunque desde la Navidad Krogman logró más o menos distanciar a Esperanza del grupo de gringos con los que tan bien se sentía, la separación definitiva de Diana, Herta y Marge sobrevino por causas ajenas a las intenciones y a la antipatía natural de este alemán. Así, en mayo de 1954 los Young (Rupert, Diana, Jeanie y Sheila) se regresaron a radicar a los Estados Unidos. Esta partida constituyó un duro golpe para Pera, pues Jeanie era realmente la única amiga que tenía y con ella había la máxima confianza y un vínculo de unión: eran contemporáneas y compartían experiencias casi similares, siendo hijas de madres alcohólicas, ninfómanas, aunque con la diferencia radical de que Jeanie y Diana se profesaban el amor profundo, natural, que se supone debe existir entre hija y madre o madre e hija.
Pero ya antes de mayo, o tal vez después, pues ni Antonio Medrano ni Arni Himanen lo llegaron a saber con exactitud, Herta Woolverich simple y sencillamente desapareció. Se aventuraron toda clase de hipótesis. Unos decían que había muerto por su bárbaro alcoholismo o que un teporocho la había asesinado por  disputarle un trago. Otros, que andaba de puta con un americano en un  campo nudista en Oaxaca o  Baja California. Y los más, que sus padres habían fallecido, por lo que se había ido a Boston a cobrar su herencia y a rehacer su vida al lado de su hijo y muy motivada por todos los millones de dólares que, se aseguraba, tenía sin duda alguna. Lo más curioso de todo fue que desapareció tal y como vivió en México, es decir, envuelta en el misterio. Con sus contactos, Medrano logró averiguar que ni en la Secretaría de Relaciones Exteriores ni en la de Gobernación había registro de que alguna estadounidense bajo ese nombre y señas hubiera jamás entrado al país. De la misma manera, Joe Dunkley y un compañero suyo del “The News” se entrevistaron con distintos funcionarios de la embajada americana, para llegar a igual resultado que Tony Medrano: ¡Herta nunca, pero nunca, estuvo en México!
-¡Pues no estaría en México, pero lo que es aquí en la casa, en Montañas Rocallosas, sí estuvo y un chingo de veces! ¡Aquí mero!, ¡qué carajo!, ¡si yo un día vi con mis propios ojos cómo Tony se la cogió en este sofá!, ¡en mis meras narices!, vehemente le aseguraba Esperanza a Nils Paulsen, cuando, en su momento, el chisme de la desaparición de Herta llegó a sus oídos.
-¿Aquí cogieron, en plena sala de tu casa?, preguntó el narigón.
-¡No te hagas pendejo, Paulsen, si tú sabes bien que Medrano se cogería   hasta la pinche india de Jerónima! ¿No ves que es un pinche macho mexicano? ¡Pera y la pobre Jeanie lo cacharon arriba, en mi recámara, metiéndole la verga por detrás a Diana! ¡Y tú todavía preguntas!, ¡cómo eres güey!, ya enfadada le quitó toda duda Esperanza al sueco.

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