sábado, 23 de febrero de 2013

Entrega 88



Francisca llegaba a quedarse uno o dos días y a veces una semana allí, hasta que recibía el telefonazo de doña Licha, informándole que ya se le había pasado “la muina” a “su señor” y que ya la “requería”. También, esta infortunada mujer, desde Cerrada de Hamburgo, cubría cada año la semana de vacaciones de Jerónima. Como todo el tiempo andaba con  panza de embarazada o si no con algún seno de fuera para amamantar a alguno de sus hijos, el morbo de Toñito no se dejaba esperar y por ello andaba pegado a ella como perrito faldero, a la vez que Francisca era de sangre muy ligera y no le decían dos veces para que se soltara contando con lujo de detalles sus intimidades sexuales o cómo se la había catorreado la última vez “mi señor” (con el cual, desde luego, sólo estaba “arrejuntada”).
Las tranquizas de Joe Dunkley a Marge obviamente eran la excusa para, tras el desayuno y una vez determinados y evaluados los daños sufridos por la rubia en distintas partes de su cuerpo, principiar en el jardín el consabido análisis y condena del género masculino, entre tragos y tragos de cubas, bloody marys, desarmadores,  gin tonics o vodka tonics. Solo Marge y Esperanza tenían derecho, por supuesto, de hablar, y el prostituido alemán se limitaba solamente a beber y a poner, sin costarle mucho trabajo, cara de imbécil. A veces Pera y Toñito se aparecían  para robarse una botana, a veces por irrefrenable curiosidad de enterarse de los laberintos del sexo se quedaban bastante rato, a veces la madre los obligaba a permanecer ahí quietos, sin chistar. Así transcurrían las horas, por lo que siempre que regresaba Dunkley a las Lomas, encontraba ya bien ebrios a su esposa y a su amiga mexicana y al amante de ésta. Para no echar a perder la fiesta y como él lo decía, “dénme tantito tiempo” (just give me a Little time), pronto se encarreraba y se ponía a la par o más de borracho que ellos.
Pero tanto fue el cántaro al pozo, que un día sí se quebró por completo: luego de una soberana paliza que Dunkley le arremetió una madrugada de sábado en la recámara de Pera,  al siguiente martes Marge literalmente voló a divorciarse a Las Vegas, Nevada, y en veinticuatro horas acabó con un matrimonio, o sacrificio, de veinte años de duración. El viaje fue sorpresivo, pues nada dijo a nadie, y aprovechó que el marido se había ido a trabajar para largarse del departamento de Melchor Ocampo sólo con lo puesto, ya que ni una maleta se llevó. Fue el martes primero de junio de 1954.
Sin los Young, Herta y Marge, el círculo de bebedores se redujo a Medrano, Arni, Eduardo del Trigal, el abogado Gómez, ocasionalmente el ex cuñado Ignacio Calero Topete, y los Mulayo, pues Nils Paulsen y Joseph Dunkley ya no quisieron seguir fingiendo: simple y llanamente no soportaban a Krogman. Y lo mismo ocurrió con Gloria Cuevas y Blanca García Travesí, abstemias que siempre que buscaban a Esperanza la hallaban emborrachándose con el alemán. Tanta fue la distancia que llegó a darse entre las antiguas amigas que, por ejemplo en el caso de Gloria, su ex marido, Antonio Bernal (quien ya radicaba en el Distrito Federal), acabó frecuentando Montañas Rocallosas, con lo que para siempre Esperanza se ganó el desprecio de la frondosa chihuahuense.
Lo que tenía de feo Bernal, lo tenía de magnífico cantante. Era un tenor abaritonado que lograba impostar muy bien el timbre de voz de Jorge Negrete, gracias a lo cual ganó nada menos que en el Auditorio Nacional un concurso de canto. Y siempre que llegaba con Esperanza y Krogman, entre copa y copa organizaban las “negreteadas”, que sólo servían para que Bernal se luciera cantando su repertorio vernáculo e invariablemente tomara el teléfono para llamar e insultar a su ex esposa e hijos, por igual. A la primera ni la bajaba ni la subía de puta y a ellos de ingratos y traidores. Como buen macho mexicano, estaba también medio loco, pues su hijo Toñito, cuando Gloria se lo trajo a la Ciudad de México junto con sus hermanas, no había cumplido el año de edad, por lo que al igual que Glorita y Cecilia, no podía ser “traidor” a su padre.
Para Blanquita García Travesí (quien ya había dado término a su fugaz romance con Martin Hoth, por el alcoholismo de éste teutón), resultó igualmente imperdonable que Esperanza reabriera las puertas de su casa a Bernal. En consecuencia, cerró filas con Gloria y cortó definitivamente a la dipsómana.

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