En sentido
estricto, el anuncio de la muerte de Ruiloba no le causó sufrimiento ni dolor
alguno, pues realmente Ruiloba no le significaba nada. Sumados, tal vez haya
convivido con él no más de ochenta o noventa días. Le impactó su muerte con esa
rara sensación que deja siempre el enterarse de que alguien conocido o al que
se acababa de ver, murió de pronto. Nada más. Entre el día trece y el
diecisiete, sólo habían transcurrido noventa y seis horas, nada de tiempo, por
lo que la imagen que como fotografía se le había quedado pegada, imborrable en
su mente, no era otra que la del borracho con los labios embarrados de huevo
cocido.
Le emocionaba, eso sí al máximo, intuir que
nuevamente volvería a ver a sus seres más queridos. A Ruiloba y Esperanza los
despreciaba por la vida triste que le habían dado y propiciado sin pedirla ni
merecerla. A Carlos y Lupe los adoraba por ser su refugio de amor y alegría.
-Bueno…¿Tito?...Soy
yo, Toñito…¿Ya saben la gran noticia?, ¡se murió mi papá!
-……Sí,
Toñito…..ya vamos tu Tita y yo y toda la familia a Newton 43…., contestó el tío
Carlos totalmente abatido y con la voz a punto de romper en llanto. No le dijo
más ni le preguntó nada.
A Toñito le
quedó una espantosa sensación de vacío, de soledad y de terrible angustia, pues
pensó de inmediato que ya no lo querían, que ya no se acordaban de él. No podía
entender por qué a su tío no le había dado gusto escuchar nuevamente su voz;
por qué no le había dicho que lo extrañaban y lo querían; por qué no le había
preguntado por Pera; por qué no le había inquirido cómo estaban, cómo se
sentían, cómo les había ido en tanto tiempo sin verse. La llamada, la actitud
del tío fue más que un balde de agua fría para el niño. A sus ocho años de edad
no podía elaborar en su cabeza cuáles son los patrones de conducta que rigen y
predominan en los adultos golpeados tan sólo unos minutos o unas horas antes por la noticia de la
muerte de un ser amado, de un hermano perdido para siempre, irrecuperable nunca
jamás.
Después de
que Esperanza y Pera le preguntaran por lo menos cinco veces qué le había dicho
su tío Carlos y cinco veces Toñito les repitiera lo que escuchó o entendió,
ambas la emprendieron contra él por no haberle repetido al tío lo que habían
ensayado antes de la llamada telefónica:
-¡Era triste
noticia, no gran noticia!, ¿por qué saliste tan tonto?, ¿nunca piensas?, le
reclamó Esperanza y subió nuevamente a su recámara, habiendo azotado, ahora sí,
la puerta.
Pero al niño
lo menos que le importaba era si era triste o grande la noticia de la muerte de
su padre. Lo que lo tenía al filo del desquiciamiento era si volvería o no a
ver a sus tíos. Y se repetía a sí mismo, una vez, cien veces, mil veces: ¡me
quieren!, ¡sí me quieren!, ¡me tiene que querer!, ¡me deben de querer!, ¿por
qué no me lo dijo mi tito?, ¡me quieren!, ¡sí me quieren!, ¡me tienen que
querer!......
Hecha la
autopsia, que identificó a un traumatismo cráneo-encefálico como la causa de la
muerte, fue hasta el día 19 cuando Juan Ruiloba González Misa pudo al fin
recuperar el cadáver de su hermano Antonio para proceder a velarlo por la
noche. Ese mismo día 19, en las secciones policiacas de casi todos los diarios
matutinos aparecía la información sobre el hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario