martes, 26 de febrero de 2013

Entrega 91



En sentido estricto, el anuncio de la muerte de Ruiloba no le causó sufrimiento ni dolor alguno, pues realmente Ruiloba no le significaba nada. Sumados, tal vez haya convivido con él no más de ochenta o noventa días. Le impactó su muerte con esa rara sensación que deja siempre el enterarse de que alguien conocido o al que se acababa de ver, murió de pronto. Nada más. Entre el día trece y el diecisiete, sólo habían transcurrido noventa y seis horas, nada de tiempo, por lo que la imagen que como fotografía se le había quedado pegada, imborrable en su mente, no era otra que la del borracho con los labios embarrados de huevo cocido.
 Le emocionaba, eso sí al máximo, intuir que nuevamente volvería a ver a sus seres más queridos. A Ruiloba y Esperanza los despreciaba por la vida triste que le habían dado y propiciado sin pedirla ni merecerla. A Carlos y Lupe los adoraba por ser su refugio de amor y alegría.
-Bueno…¿Tito?...Soy yo, Toñito…¿Ya saben la gran noticia?, ¡se murió mi papá!
-……Sí, Toñito…..ya vamos tu Tita y yo y toda la familia a Newton 43…., contestó el tío Carlos totalmente abatido y con la voz a punto de romper en llanto. No le dijo más ni le preguntó nada.
A Toñito le quedó una espantosa sensación de vacío, de soledad y de terrible angustia, pues pensó de inmediato que ya no lo querían, que ya no se acordaban de él. No podía entender por qué a su tío no le había dado gusto escuchar nuevamente su voz; por qué no le había dicho que lo extrañaban y lo querían; por qué no le había preguntado por Pera; por qué no le había inquirido cómo estaban, cómo se sentían, cómo les había ido en tanto tiempo sin verse. La llamada, la actitud del tío fue más que un balde de agua fría para el niño. A sus ocho años de edad no podía elaborar en su cabeza cuáles son los patrones de conducta que rigen y predominan en los adultos golpeados tan sólo unos minutos  o unas horas antes por la noticia de la muerte de un ser amado, de un hermano perdido para siempre, irrecuperable nunca jamás.
Después de que Esperanza y Pera le preguntaran por lo menos cinco veces qué le había dicho su tío Carlos y cinco veces Toñito les repitiera lo que escuchó o entendió, ambas la emprendieron contra él por no haberle repetido al tío lo que habían ensayado antes de la llamada telefónica:
-¡Era triste noticia, no gran noticia!, ¿por qué saliste tan tonto?, ¿nunca piensas?, le reclamó Esperanza y subió nuevamente a su recámara, habiendo azotado, ahora sí, la puerta.
Pero al niño lo menos que le importaba era si era triste o grande la noticia de la muerte de su padre. Lo que lo tenía al filo del desquiciamiento era si volvería o no a ver a sus tíos. Y se repetía a sí mismo, una vez, cien veces, mil veces: ¡me quieren!, ¡sí me quieren!, ¡me tiene que querer!, ¡me deben de querer!, ¿por qué no me lo dijo mi tito?, ¡me quieren!, ¡sí me quieren!, ¡me tienen que querer!......
Hecha la autopsia, que identificó a un traumatismo cráneo-encefálico como la causa de la muerte, fue hasta el día 19 cuando Juan Ruiloba González Misa pudo al fin recuperar el cadáver de su hermano Antonio para proceder a velarlo por la noche. Ese mismo día 19, en las secciones policiacas de casi todos los diarios matutinos aparecía la información sobre el hecho.

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