Como a las
diez de la mañana, aprovechando uno de los recreos en el Colegio Americano, y
pidiendo permiso para hablar desde uno de los teléfonos de la escuela, Pera,
que ya no se aguantaba las ganas, telefoneó a casa de sus tíos.
-¡Señor,
señor, señor, es la niña Perita!, ¡que le urge hablar con usted!, emocionada
hasta las lágrimas, la fiel cocinera Delfina que llevaba en la casa de los
Tello siete años trabajando y que, como el resto de la servidumbre, estaba
perfectamente enterada de todo el drama que envolvía desde la separación de
Antonio y Esperanza a dicha familia, le pasó la bocina al tío, quien no ocultó
su sorpresa por la llamada.
-¡Tito!...¿Cómo
están?, ¿Cómo está mi tita? Ya nos dio permiso mi mamá de que salgamos con
ustedes como antes. Te lo juro, no hay ningún problema, Pera le recalcó ansiosa
de que le creyera, pues de plano ya no sabía qué más decirle, además de que no
podía extenderse en la llamada y sentía cómo otras alumnas que estaban haciendo
cola para telefonear, andaban intrigadas
por tan rara, poco común conversación.
-¡Qué bueno,
Perita!, ¿pero es cierto?, ya no queremos problemas con esa señora, ya hemos
sufrido mucho, alcanzó a decir el tío antes de que se cortara la comunicación
telefónica.
Padrino y
ahijada, a distancia se quedaron pensando exactamente lo mismo: “¿ y si no
volvemos a comunicarnos?....¿qué hago?....¿con quién le mando un
mensaje?......¿entendería bien lo que le dije?....¿se darán las cosas cómo
antes?.....¿qué no parece todo demasiado fácil?....¿habrá otro desengaño?....”
La solución
no tardó tanto. Pera regresaba a las cuatro de la tarde del Colegio Americano y
su hermano hasta las seis. Y ese día cuando la niña llegó a Montañas
Rocallosas, la suerte estuvo de su lado, pues los amancebados se habían salido
de la casa desde antes de la hora de la comida y, según Jerónima, parece que
iban a casa de Arnulfo, “el Clavo”, y luego a Hamburgo 126. Por ello, todo
hacía suponer que iban a tardar mucho y, en consecuencia, podría llamarles con
absoluta libertad y tranquilidad a sus tíos. Ni siquiera por un segundo Pera
pensó en comer, sino que se lanzó de inmediato sobre el aparato negro y marcó
en su disco de brillante acero los seis dígitos de la casa de sus tíos.
Los nervios
se apoderaron de ella, ya que tras cinco o seis llamadas en un lapso de unos
cuarenta y cinco minutos el teléfono sonaba ocupado y ocupado. Cuando logró que
su llamada entrara, un cubetazo de agua fría le dio la sirvienta que le
contestó: se habían llevado a su tío al Hospital Inglés, muy grave.
Más de
cuatro meses pasaron Pera y Toñito en la desventura, en la desesperanza. Muy
esporádicamente el Chino Joe les decía que su tío estaba mejor, que estaba
recuperándose: simultáneamente sufrió un ataque cardíaco y una peligrosa y
dolorosa cirugía de emergencia por una oclusión intestinal. Internado todo ese
tiempo en el nosocomio, Lupe permanecía ahí también, sin separarse de él, pues
más de una vez estuvo a punto de perder la vida. Naturalmente su edad también
incidía en su delicado estado de salud, al frisar los 59 años de edad.
La
convalecencia de Carlos Tello fue lenta y larga, por lo que hasta el primer
sábado de noviembre de 1954 el cielo se abrió para los niños, a quienes desde
muy chicos la vida los había enseñado a aguantar y esperar, esperar y aguantar:
ese día, a las once de la mañana el tío Carlos se bajó del Pontiac y no dudó en
tocar con vehemencia el timbre encerrado en un círculo de pintura negra, junto
al cual, la trastornada Esperanza había escrito en letras grandes del mismo
color la palabra BELL (timbre), como si Montañas Rocallosas 516 se
localizara en los Estados Unidos y como
si los humildes carteros mexicanos leyeran el inglés. Un segundo, o más
precisamente una micra de segundo después del timbrazo, Pera y Toñito corrieron
hacia la reja, quitaron el candado y la cadena, y abrazaron y besaron muchas
veces a su queridísimo padrino.
Contentísimos
y atropelladamente se iban a subir al asiento delantero del carro para comerse
a besos a su tía, cuando de pronto una cortina de miradas serias e inhóspitas
los paró en seco y demudó sus caritas: eran sus primos Raquelita, Juanito,
Toñito, Enriquito y Carlitos, hijos de su tío Juan Ruiloba González Misa, que
Lupe tuvo la mala idea de invitar en ese día tan ansiado y significativo para Pera
y Toñito.
Muy buena. un abrazo
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