sábado, 9 de marzo de 2013

Entrega 102




Como a las diez de la mañana, aprovechando uno de los recreos en el Colegio Americano, y pidiendo permiso para hablar desde uno de los teléfonos de la escuela, Pera, que ya no se aguantaba las ganas, telefoneó a casa de sus tíos.
-¡Señor, señor, señor, es la niña Perita!, ¡que le urge hablar con usted!, emocionada hasta las lágrimas, la fiel cocinera Delfina que llevaba en la casa de los Tello siete años trabajando y que, como el resto de la servidumbre, estaba perfectamente enterada de todo el drama que envolvía desde la separación de Antonio y Esperanza a dicha familia, le pasó la bocina al tío, quien no ocultó su sorpresa por la llamada.
-¡Tito!...¿Cómo están?, ¿Cómo está mi tita? Ya nos dio permiso mi mamá de que salgamos con ustedes como antes. Te lo juro, no hay ningún problema, Pera le recalcó ansiosa de que le creyera, pues de plano ya no sabía qué más decirle, además de que no podía extenderse en la llamada y sentía cómo otras alumnas que estaban haciendo cola  para telefonear, andaban intrigadas por tan rara, poco común conversación.
-¡Qué bueno, Perita!, ¿pero es cierto?, ya no queremos problemas con esa señora, ya hemos sufrido mucho, alcanzó a decir el tío antes de que se cortara la comunicación telefónica.
Padrino y ahijada, a distancia se quedaron pensando exactamente lo mismo: “¿ y si no volvemos a comunicarnos?....¿qué hago?....¿con quién le mando un mensaje?......¿entendería bien lo que le dije?....¿se darán las cosas cómo antes?.....¿qué no parece todo demasiado fácil?....¿habrá otro desengaño?....”
La solución no tardó tanto. Pera regresaba a las cuatro de la tarde del Colegio Americano y su hermano hasta las seis. Y ese día cuando la niña llegó a Montañas Rocallosas, la suerte estuvo de su lado, pues los amancebados se habían salido de la casa desde antes de la hora de la comida y, según Jerónima, parece que iban a casa de Arnulfo, “el Clavo”, y luego a Hamburgo 126. Por ello, todo hacía suponer que iban a tardar mucho y, en consecuencia, podría llamarles con absoluta libertad y tranquilidad a sus tíos. Ni siquiera por un segundo Pera pensó en comer, sino que se lanzó de inmediato sobre el aparato negro y marcó en su disco de brillante acero los seis dígitos de la casa de sus tíos.
Los nervios se apoderaron de ella, ya que tras cinco o seis llamadas en un lapso de unos cuarenta y cinco minutos el teléfono sonaba ocupado y ocupado. Cuando logró que su llamada entrara, un cubetazo de agua fría le dio la sirvienta que le contestó: se habían llevado a su tío al Hospital Inglés, muy grave.
Más de cuatro meses pasaron Pera y Toñito en la desventura, en la desesperanza. Muy esporádicamente el Chino Joe les decía que su tío estaba mejor, que estaba recuperándose: simultáneamente sufrió un ataque cardíaco y una peligrosa y dolorosa cirugía de emergencia por una oclusión intestinal. Internado todo ese tiempo en el nosocomio, Lupe permanecía ahí también, sin separarse de él, pues más de una vez estuvo a punto de perder la vida. Naturalmente su edad también incidía en su delicado estado de salud, al frisar los 59 años de edad.
La convalecencia de Carlos Tello fue lenta y larga, por lo que hasta el primer sábado de noviembre de 1954 el cielo se abrió para los niños, a quienes desde muy chicos la vida los había enseñado a aguantar y esperar, esperar y aguantar: ese día, a las once de la mañana el tío Carlos se bajó del Pontiac y no dudó en tocar con vehemencia el timbre encerrado en un círculo de pintura negra, junto al cual, la trastornada Esperanza había escrito en letras grandes del mismo color la palabra BELL (timbre), como si Montañas Rocallosas 516 se localizara  en los Estados Unidos y como si los humildes carteros mexicanos leyeran el inglés. Un segundo, o más precisamente una micra de segundo después del timbrazo, Pera y Toñito corrieron hacia la reja, quitaron el candado y la cadena, y abrazaron y besaron muchas veces a su queridísimo padrino.
Contentísimos y atropelladamente se iban a subir al asiento delantero del carro para comerse a besos a su tía, cuando de pronto una cortina de miradas serias e inhóspitas los paró en seco y demudó sus caritas: eran sus primos Raquelita, Juanito, Toñito, Enriquito y Carlitos, hijos de su tío Juan Ruiloba González Misa, que Lupe tuvo la mala idea de invitar en ese día tan ansiado y significativo para Pera y Toñito.

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