Con sus
guantes de cuero negro puestos, la tía Lupe pasaba entre los dedos índice y
pulgar de su diestra las cuentas de un
hermoso rosario sevillano, mientras que con la mano izquierda sostenía un
delicado pañuelo bordado que lo mismo recogía sus lágrimas que las incansables
mucosidades que resbalaban de su nariz. Así, durante las dos horas que
permanecieron dentro del templo. Los siete sobrinos y el propio Carlos estaban
ya desesperados, cansados. La mujer, verdaderamente, se sabía más oraciones que
el propio Pío XII y a destajo las rezaba.
-Vámonos, mi
hijita, ya es muy tarde, el considerado marido le rogaba.
-Sí,
güerito, mejor en la tarde termino mis oraciones, ya sin presiones de los niños
que ya se ven inquietos, accedió la frondosa tía.
Al salir de
la oscuridad de la iglesia el golpe de la luz solar los cegó por segundos, pero
no tardaron divisar una hilera de seis o siete puestecillos con las famosas
“gorditas” de la Villa, así como de “magdalenas”. La tía se olvidó
instantáneamente de todas sus aflicciones y dio rienda suelta a su glotonería.
Las marchantas, en ese momento, al parecer sacaron la venta del resto del día,
porque los nueve se despacharon allí mismo con la cuchara grande y se llevaron
reservas como para una semana entera. El viaje rumbo a Atlanta 188 resultó,
entonces, al menos, dulce.
Los hijos de
Juan comieron como pelones de hospicio, pero Toñito y Pera fueron más
recatados. Todavía no podían “soltarse” por completo. A las seis de la tarde el
padre recogió a sus cinco vástagos y de manera muy formal y seca saludó, sin
besarlos, a los hijos de su hermano muerto. Unos diez minutos después entraron
a la casa Carmen Ruiloba y Salim Slim, quienes abrazaron y besaron
cariñosamente a Pera y Toñito.
Podría
decirse que Carmen era la liberal, la rebelde de los Ruiloba. Chocaba con
ellos. Tenía unos hermosos ojos azules y Slim no sólo la había reeducado y
cultivado un poquito, sino además la dominaba por completo. Se pasaba de la
raya a veces. Parecían una pareja formada por un jeque y una esclava.
Precisamente
por su liberalidad, su rebeldía, en ocasiones Carmen expresaba unos comentarios
torpes que herían a la gente. Sin más ni más, de esta suerte les soltó lo
siguiente a sus sobrinitos recién redescubiertos, ante la molestia que no
pudieron ocultar ni Carlos, ni Lupe e inclusive ni el propio Slim, pero sobre
todo Pera y Toñito:
-Fíjense
niños que desde el 20 de junio pudieron haber venido ya seguido con sus titos,
no hasta cuatro meses o más después. Por las necedades de su tía Lupita que le
insistió a Dios que le mandara una señal de que el pobrecito de nuestro hermano
Antonio se había salvado y no condenado, hasta ahorita es que nos volvemos a
ver. Pues la señal de que se salvó del fuego eterno su papacito es que Carlos
por poco se muere por la oclusión intestinal y el infarto, ¿no creen? No, si a
Dios nunca hay que presionarlo.
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