domingo, 17 de marzo de 2013

Entrega 110



En Bremerhaven Ula se despidió con lágrimas en los ojos de Toñito, al igual que éste. Fue sólo un mes, pero la intensidad de la convivencia de “tía” y “sobrino” eliminó al magisterio del tiempo.
El S.S. America, buque gemelo del United States, recibió mayormente a alemanes que regresaban a Estados Unidos, tras disfrutar las pascuas navideñas en su tierra natal. Pero, igualmente, transportó a militares estadounidenses negros y blancos que ya habían terminado su servicio en el territorio ocupado. A la humillación original de la segregación racial en las filas castrenses, en este viaje trasatlántico de retorno se añadió otra más: muchos de los militares blancos y negros viajaban ya con  esposas e hijos, nuevas familias desde luego también encuadradas dentro de un racismo contra el cual -¡oh paradoja!- supuestamente Washington había combatido en la Segunda Guerra Mundial.
Bajo un frío insoportable, Nueva York por segunda ocasión ofreció su personalidad cosmopolita a Esperanza, Ignatz y Pera, quienes realmente gozaron su estadía de setenta y dos horas, no así Toñito, quien prefirió quedarse todo el tiempo en la habitación del Hotel Taft, viendo cual enajenado las series de televisión del Llanero Solitario, Roy Rogers, Cisco Kid, Gene Autrey, Hopalong Cassidy, Lassie y Rin-TinTin, y devorando, no comiendo, cuantos hot dogs y hamburguesas le ponían enfrente.
En diagonal al hotel situado en la esquina de la séptima avenida y la calle 50, había una cafetería a la que sólo una vez el niño entró y quedó invitado a no hacerlo nunca más. El humo de los cigarros que formaba densas nubes, la boruca de los gringos que alcanzaba quién sabe cuántos decibeles y el sonido de las cafeteras llenando al tope tazas y tazas de café a un ritmo sorprendente, lo dejaron mareado, noqueado. Afuera de ese lugar atestado de gente y ruidos mil, un viento helado paralizante le impedía respirar con normalidad y los ojos le ardían y lagrimeaban como nunca. Casi llorando rogó que mejor lo dejaran solo en el cuarto del hotel, pues no quería pasear ni conocer nada. Y así se hizo.
Por algún motivo, tal vez económico, Esperanza decidió regresar al territorio mexicano por la línea de autobuses Greyhound, en lugar de la comodidad del tren como había sido en noviembre, cuando rentó una suite dormitorio. El 13 de enero de 1955, fecha en que Toñito cumplía nueve años, el camión salió de Nueva York y veinticuatro horas después entraba a la estación de la línea en Saint Louis, Missouri, donde haría escala de una hora. El autobús venía casi vacío, pues además de ellos cuatro, en la última hilera de asientos viajaban dos soldados negros y hacia la mitad se localizaban dos o tres parejas de matrimonios blancos. Pera y Toñito eran los únicos niños a bordo y desde la salida de Nueva York hasta la llegada a Saint Louis, cambiaron no menos de seis veces de asiento.
En la cafetería de la estación, contiguo a la caja registradora, se ubicaba un pequeño puesto de revistas y comics. Los había de Archie y Torombolo, Tobi y La Pequeña Lulú, Batman, Superman, La Mujer Maravilla, entre otros. Cuando se voceó la continuación del viaje y se solicitó a los pasajeros abordar nuevamente el autobús, se formó una pequeña cola frente a la caja registradora y la cajera empezó a cobrar el consumo a los clientes. De pronto, con la mayor naturalidad, sereno, seguro de sí mismo, Toñito se enfiló hacia los comics ahí expuestos, tomó cuatro o cinco y salió caminando despacio rumbo al camión, sin pagarlos. Sólo se dieron cuenta Pera y la propia cajera, quien no daba crédito al aplomo y osadía del infante.
Ya dentro del transporte, Toñito se fue hacia el fondo y se sentó a un lado de los militares negros, mientras que Pera lo hizo junto a la ventanilla que estaba delante de los asientos de Esperanza e Ignatz, sin apartar la vista de la cajera, la que a su vez miraba para el camión a través de un gran ventanal e incomprensiblemente no dijo nada ni hizo intento alguno por recuperar lo robado en sus propias narices. Ningún nuevo viajero se incorporó y el chofer encendió el motor y cerró la puerta de acceso. Pera respiró aliviada, pero medio minuto después el motor se apagó, se abrió la puerta y entró un policía.
El uniformado se fue directamente hasta la última hilera de asientos. Pera y Toñito empalidecieron y sintieron que el alma se les iba al suelo, sobre todo cuando tomó de la mano a Toñito y le preguntó: “Where are your parents?” (¿Dónde están tus padres?). Casi orinándose de los nervios, el pequeño raterillo señaló hacia donde su madre y el alemán estaban. Con ellos lo llevó el policía y les advirtió a ambos que la última hilera de asientos estaba sólo asignada para la gente de color y que si no respetaban el reglamento debían abandonar el autobús.
-¿Ya oíste pinche pendejo cabezón?, ¿quieres que nos bajen por tus pendejadas?, si quieres una negra o una india espérate a que lleguemos a Tenochtitlán, allí hay muchas, o muchos si eres puto, pero ya deja de estar chingando. Tras insultar a gritos a su hijo, Esperanza dio mil seguridades al policía gringo de que no habría ningún problema en el futuro, por lo que éste abandonó el vehículo y continuó el trayecto.
Y los soldados negros, nada.
Y Pera y Toñito, felices, disfrutando sus comics en inglés.

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