Pero en la
funeraria no sólo estaban los hijos del finado Antonio, sino también los de sus
dos hermanos vivos, es decir, los Ruiloba Pérez: Raquel, Juan, Antonio, Enrique
y Carlos; y los Ruiloba De la Reguera: Rafael Marcos, Dulce María, Ana María y
Alfredo Antonio. Igualmente, presentes ahí, sin poderse quitar el marcado
acento español que tenían, pues no llevaban ni un año de radicar en México,
estaban Isaac, Antonio, Carlos y Jorge, hijos de Covadonga Ruiloba, hermana que
llevaba veinte años de muerta al parir a su décimo hijo, Tobías, en un lapso de
diez años de matrimonio con el multimillonario asturiano Isaac Solana. Entre el
primogénito de su tía Covadonga (Isaac Solana Ruiloba) y Toñito Ruiloba
Videgaray, mediaba una distancia de 23 años, pues aquél tenía 31 y sólo 8 el
hijo de Esperanza Videgaray.
En Madrid,
con una tía paterna, vivía el resto de los hermanos Solana Ruiloba, todas
mujeres: Covadonga, Raquel, Begoña, Mercedes y Sagrario. La relación de la familia Ruiloba González
Misa con el asturiano Isaac Solana Palleiro era peor que la habida en su
momento con Esperanza Videgaray o la que subsistía con Salim Slim. Ello se
debía a dos lastimosas, insalvables razones: la primera, el haber causado el
décimo y fatal embarazo de Covadonga, pese a las advertencias que le había
hecho el ginecólogo, en el sentido de que un parto más le costaría la vida a su
esposa; y la segunda, que delante de los cadáveres de Covadonga y Tobías le
propuso matrimonio a Carmen Ruiloba.
Hacia las
tres de la tarde partió puntualmente rumbo al Panteón Español el cortejo
fúnebre formado por la carroza, doce automóviles, un camión de pasajeros de la agencia
funeraria, así como una camioneta pick-up, retacada de coronas y arreglos
florales. En el Pontiac de los tíos Lupe y Carlos, manejado por Isaac Solana
Ruiloba, iban aquéllos con Pera y Toñito. El Chino Joe y el Conde de la Gracia
y Duque de la Obscuridad fueron remitidos al camión, donde viajaban los Ruiloba
pobres y también Jacinto Olvera, el “maistro” de obras de confianza del muerto,
con el que tantas parrandas se corrió.
Cuarenta y
cinco minutos duró el trayecto. Luego de cruzar la altísima verja del panteón y
estacionarse el Pontiac frente a las oficinas administrativas, Lupe estalló en
un llanto histérico y a ruegos de su marido y del mayor de sus veinte sobrinos
carnales, aceptó quedarse en el automóvil con Toñito y no presenciar el
entierro de su hermano en la pomposa cripta familiar. Por su tenaz resistencia
a quedarse allí también, Pera, de las manos de su querido tito y de su
desconocido y presuntuoso primo hermano, formó parte del sepelio del
infortunado ingeniero.
Antes del
entierro, se celebró la misa en la capilla del panteón, y el tiempo que duró
toda la ceremonia luctuosa Toñito fue sometido, entre llanto y llanto y moco y
moco de su tita, a un despiadado e interminable interrogatorio, con las
consabidas recomendaciones de guardar absoluta secrecía sobre todo lo que había
sabido, visto, escuchado y vivido de su padre, a efecto de guardar su honra,
“pues sólo Dios en su infinita misericordia vendrá a juzgar a vivos y muertos”.
Toñito como que sólo medio entendía las cosas, pero a todo contestaba que sí a su inconsolable tía.
-¿Y cómo
viste a tu papacito la última vez?
-Borracho,
Tita.
-¡Ay Dios
santo, dále tu perdón! ¡A nadie le digas esto, Toñito!, ¡ni a tu hermanita!
-Pero ella
estaba conmigo, Tita, también lo vio y hasta la regañó ese día.
-¡Honrarás a
tu padre y madre!, ¡que no se te olvide el cuarto mandamiento de la ley de Dios!,
¡que no se te olvide!, destrozada imploraba, demandaba la tía al sobrino que
únicamente deseaba que todo terminara ya.
-¡Sí Tita,
no se me olvidará!
-Porque te
acuerdas de los mandamientos de la ley de Dios, ¿verdad?
-Sí Tita, en
el Colegio los repetimos todos los días.
En eso
estaban, cuando finalmente unas veinte o más
personas llegaron al auto a dar sus últimas condolencias y despedirse de
la muy afligida mujer, sin ocultar ni disimular su morbo por observar al
pequeño infante que sobre su ancho muslo derecho se sentaba, colorado de
vergüenza y con la vista siempre gacha.
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