domingo, 3 de marzo de 2013

Entrega 96



Pero en la funeraria no sólo estaban los hijos del finado Antonio, sino también los de sus dos hermanos vivos, es decir, los Ruiloba Pérez: Raquel, Juan, Antonio, Enrique y Carlos; y los Ruiloba De la Reguera: Rafael Marcos, Dulce María, Ana María y Alfredo Antonio. Igualmente, presentes ahí, sin poderse quitar el marcado acento español que tenían, pues no llevaban ni un año de radicar en México, estaban Isaac, Antonio, Carlos y Jorge, hijos de Covadonga Ruiloba, hermana que llevaba veinte años de muerta al parir a su décimo hijo, Tobías, en un lapso de diez años de matrimonio con el multimillonario asturiano Isaac Solana. Entre el primogénito de su tía Covadonga (Isaac Solana Ruiloba) y Toñito Ruiloba Videgaray, mediaba una distancia de 23 años, pues aquél tenía 31 y sólo 8 el hijo de Esperanza Videgaray.
En Madrid, con una tía paterna, vivía el resto de los hermanos Solana Ruiloba, todas mujeres: Covadonga, Raquel, Begoña, Mercedes y Sagrario.  La relación de la familia Ruiloba González Misa con el asturiano Isaac Solana Palleiro era peor que la habida en su momento con Esperanza Videgaray o la que subsistía con Salim Slim. Ello se debía a dos lastimosas, insalvables razones: la primera, el haber causado el décimo y fatal embarazo de Covadonga, pese a las advertencias que le había hecho el ginecólogo, en el sentido de que un parto más le costaría la vida a su esposa; y la segunda, que delante de los cadáveres de Covadonga y Tobías le propuso matrimonio a Carmen Ruiloba.
Hacia las tres de la tarde partió puntualmente rumbo al Panteón Español el cortejo fúnebre formado por la carroza, doce automóviles,  un camión de pasajeros de la agencia funeraria, así como una camioneta pick-up, retacada de coronas y arreglos florales. En el Pontiac de los tíos Lupe y Carlos, manejado por Isaac Solana Ruiloba, iban aquéllos con Pera y Toñito. El Chino Joe y el Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad fueron remitidos al camión, donde viajaban los Ruiloba pobres y también Jacinto Olvera, el “maistro” de obras de confianza del muerto, con el que tantas parrandas se corrió.
Cuarenta y cinco minutos duró el trayecto. Luego de cruzar la altísima verja del panteón y estacionarse el Pontiac frente a las oficinas administrativas, Lupe estalló en un llanto histérico y a ruegos de su marido y del mayor de sus veinte sobrinos carnales, aceptó quedarse en el automóvil con Toñito y no presenciar el entierro de su hermano en la pomposa cripta familiar. Por su tenaz resistencia a quedarse allí también, Pera, de las manos de su querido tito y de su desconocido y presuntuoso primo hermano, formó parte del sepelio del infortunado ingeniero.
Antes del entierro, se celebró la misa en la capilla del panteón, y el tiempo que duró toda la ceremonia luctuosa Toñito fue sometido, entre llanto y llanto y moco y moco de su tita, a un despiadado e interminable interrogatorio, con las consabidas recomendaciones de guardar absoluta secrecía sobre todo lo que había sabido, visto, escuchado y vivido de su padre, a efecto de guardar su honra, “pues sólo Dios en su infinita misericordia vendrá a juzgar a vivos y muertos”. Toñito como que sólo medio entendía las cosas, pero a todo contestaba  que sí a su inconsolable tía.
-¿Y cómo viste a tu papacito la última vez?
-Borracho, Tita.
-¡Ay Dios santo, dále tu perdón! ¡A nadie le digas esto, Toñito!, ¡ni a tu hermanita!
-Pero ella estaba conmigo, Tita, también lo vio y hasta la regañó ese día.
-¡Honrarás a tu padre y madre!, ¡que no se te olvide el cuarto mandamiento de la ley de Dios!, ¡que no se te olvide!, destrozada imploraba, demandaba la tía al sobrino que únicamente deseaba que todo terminara ya.
-¡Sí Tita, no se me olvidará!
-Porque te acuerdas de los mandamientos de la ley de Dios, ¿verdad?
-Sí Tita, en el Colegio los repetimos todos los días.
En eso estaban, cuando finalmente unas veinte o más  personas llegaron al auto a dar sus últimas condolencias y despedirse de la muy afligida mujer, sin ocultar ni disimular su morbo por observar al pequeño infante que sobre su ancho muslo derecho se sentaba, colorado de vergüenza y con la vista siempre gacha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario