El zorro de Joe Mulayo al parecer convenció de
esta manera a su amiga, cuidándose de comentarle que en la funeraria (sin que
nadie se hubiera dado cuenta de su discreta reunión) Carlos le dijo que hiciera
todo lo posible por lograr que Esperanza permitiera que sus hijos los
frecuentaran como antes, pues se sentían más responsables que nunca de que Pera
y Toñito se formaran y crecieran en los valores cristianos, ya que no querían
que siguieran los pasos de sus progenitores.
Y desde
luego tampoco le informó que el afligido padrino le ofreció una generosísima
cantidad de dinero como gratificación si lograba ello. El Chino Joe inclusive
le mintió a Esperanza con lo de los viajes, pues si efectivamente en los dos
últimos años Carlos y Lupe viajaron en una ocasión a La Habana, jamás lo
hicieron a Nueva York por partida doble, sino sólo una vez a Los Angeles para entrevistarse
con Antonio Ruiloba. En ese viaje ambos lo convencieron de que regresara a
México, aunque tuvieron también un fuerte altercado porque le reclamaron su
manera de vivir, el haberse casado con Esperanza Videgaray, el haber procreado
irresponsablemente y, por si todo ello fuera poco, se negaron a darle un solo
dólar.
Carlos y
Lupe estaban agobiados. El mundo se les vino encima. No sólo estaban
preocupadísimos por el futuro de sus amadísimos ahijados, sino igualmente por
el alma de Antonio que, lo creían así a pie juntillas, se había condenado por
haber muerto en pecado mortal y toda la eternidad la pasaría ardiendo entre las
llamas del infierno. Pero ya en lo estrictamente terrenal, la pena moral que
más los atormentaba, era que estaban segurísimos de haber sido los causantes de
su muerte, pues si no hubiera sido por su intervención directa, Antonio Ruiloba
González Misa no hubiera regresado a México y estaría aún vivo.
-¡Esperanza,
ya oíste al Chino! ¿Qué esperas, no les vas a hablar a tus tiiiiiítos, tan
buenas gentes que son?, con mofa su madre le gritó en frente de todos a la niña
que en ningún instante externó la felicidad que la envolvía. Tampoco lo hizo
Toñito. Sabían y temían ambos que la madre se echaría para atrás en el segundo
en que se diera cuenta que su decisión les causaba alegría.
-Les hablo
hasta el jueves o viernes, mami, indiferente le contestó Pera a la briaga.
-Bueno, ese
es tu pedo, y ésta así concluyó el asunto.
Los hermanos
se dirigieron tranquilamente a la cocina y ahí se abrazaron entre sí y con
Jerónima, que se pintaba sola para eso de parar a distancia la oreja. No cabían
en sí de felicidad y, como nunca antes había ocurrido, se sintieron agradecidos
y protegidos por las intervenciones del
par de borrachos Mulayo y hasta por la del taradito Conde de la Gracia y Duque
de la Obscuridad.
Con toda
calma cenaron en la cocina con Jerónima y como a las diez de la noche se
unieron en la sala al grupo de cuetes que desde una hora previa discutían
acaloradamente sobre las causas de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial
y sobre el rumor de que Hitler vivía oculto en la Argentina. Cansado de oír
tantas sandeces, el más indicado teóricamente para opinar, Ignatz Krogman, se
había subido a dormir unos veinte minutos antes, pues cada vez que intentaba
dar su punto de vista su amasia lo callaba con un silogismo perfecto: “los
putos alemanes pierden todas las guerras por pendejos, entonces mejor tú ni
hables porque eres un reverendo pendejo”.
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