miércoles, 6 de marzo de 2013

Entrega 99



 El zorro de Joe Mulayo al parecer convenció de esta manera a su amiga, cuidándose de comentarle que en la funeraria (sin que nadie se hubiera dado cuenta de su discreta reunión) Carlos le dijo que hiciera todo lo posible por lograr que Esperanza permitiera que sus hijos los frecuentaran como antes, pues se sentían más responsables que nunca de que Pera y Toñito se formaran y crecieran en los valores cristianos, ya que no querían que siguieran los pasos de sus progenitores.
Y desde luego tampoco le informó que el afligido padrino le ofreció una generosísima cantidad de dinero como gratificación si lograba ello. El Chino Joe inclusive le mintió a Esperanza con lo de los viajes, pues si efectivamente en los dos últimos años Carlos y Lupe viajaron en una ocasión a La Habana, jamás lo hicieron a Nueva York por partida doble, sino sólo una vez a Los Angeles para entrevistarse con Antonio Ruiloba. En ese viaje ambos lo convencieron de que regresara a México, aunque tuvieron también un fuerte altercado porque le reclamaron su manera de vivir, el haberse casado con Esperanza Videgaray, el haber procreado irresponsablemente y, por si todo ello fuera poco, se negaron a darle un solo dólar.
Carlos y Lupe estaban agobiados. El mundo se les vino encima. No sólo estaban preocupadísimos por el futuro de sus amadísimos ahijados, sino igualmente por el alma de Antonio que, lo creían así a pie juntillas, se había condenado por haber muerto en pecado mortal y toda la eternidad la pasaría ardiendo entre las llamas del infierno. Pero ya en lo estrictamente terrenal, la pena moral que más los atormentaba, era que estaban segurísimos de haber sido los causantes de su muerte, pues si no hubiera sido por su intervención directa, Antonio Ruiloba González Misa no hubiera regresado a México y estaría aún vivo.
-¡Esperanza, ya oíste al Chino! ¿Qué esperas, no les vas a hablar a tus tiiiiiítos, tan buenas gentes que son?, con mofa su madre le gritó en frente de todos a la niña que en ningún instante externó la felicidad que la envolvía. Tampoco lo hizo Toñito. Sabían y temían ambos que la madre se echaría para atrás en el segundo en que se diera cuenta que su decisión les causaba alegría.
-Les hablo hasta el jueves o viernes, mami, indiferente le contestó Pera a la briaga.
-Bueno, ese es tu pedo, y ésta así concluyó el asunto.
Los hermanos se dirigieron tranquilamente a la cocina y ahí se abrazaron entre sí y con Jerónima, que se pintaba sola para eso de parar a distancia la oreja. No cabían en sí de felicidad y, como nunca antes había ocurrido, se sintieron agradecidos y protegidos  por las intervenciones del par de borrachos Mulayo y hasta por la del taradito Conde de la Gracia y Duque de la Obscuridad.
Con toda calma cenaron en la cocina con Jerónima y como a las diez de la noche se unieron en la sala al grupo de cuetes que desde una hora previa discutían acaloradamente sobre las causas de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial y sobre el rumor de que Hitler vivía oculto en la Argentina. Cansado de oír tantas sandeces, el más indicado teóricamente para opinar, Ignatz Krogman, se había subido a dormir unos veinte minutos antes, pues cada vez que intentaba dar su punto de vista su amasia lo callaba con un silogismo perfecto: “los putos alemanes pierden todas las guerras por pendejos, entonces mejor tú ni hables porque eres un reverendo pendejo”.

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